Hay épocas en las que el hombre racional y el hombre intuitivo están uno junto al otro, el uno temeroso de la intuición, el otro burlándose de la abstracción; el último tan falto de razón como de capacidad artística el primero. Ambos anhelan dominar la vida: éste, al saber enfrentar las principales urgencias mediante la precaución, la astucia, la regularidad; aquél, al no ver, como un "héroe superjubiloso", tales urgencias, y al tomar como real únicamente la vida tergiversada en apariencia y belleza. Cada vez que el hombre intuitivo maneja sus armas más violenta y victoriosamente que su contraparte, como en la Grecia arcaica, puede formarse, en condiciones propicias, una cultura, y puede fundarse el dominio el arte sobre la vida; aquella simulación, aquel negar la indigencia, aquel brillo en las intuiciones metafóricas, y, en general, aquella inmediatez del engaño acompañan todas las expresiones de una vida semejante. Ni la casa, ni el paso, ni el vestido, ni la jarra de barro revelan que han sido inventados por el apremio; parece como si en todos ellos debiera expresarse una dicha sublime y un olímpico cielo despejado y, por así decirlo, un juego con la seriedad. Mientras que el hombre que se guía por conceptos y abstracciones tan sólo repele a la desdicha por medio de éstos, sin arrancar para sí mismo dicha alguna de las abstracciones, mientras que él aspira a estar lo más libre posible de dolores, el hombre intuitivo, parado en medio de una cultura, además de evitar la desgracia, cosecha ya, de sus intuiciones, una iluminación, un despejarse, una redención continuamente afluyentes. Sin duda sufre más intensamente cuando sufre; aún más, sufre con mayor frecuencia, pues no sabe aprender de la experiencia y vuelve a caer siempre en el mismo foso en el que ya alguna vez cayó. En el dolor es entonces tan irracional como en la dicha, grita fuertemente y no tiene consuelo. ¡Cuán diferente es bajo la misma desgracia la condición del hombre estoico, instruido por la experiencia y en dominio de sí mismo por medio de conceptos! Él, quien usualmente busca tan sólo sinceridad, verdad, estar libre de engaños y al resguardo de asaltos seductores, lleva a cabo ahora, en la desdicha, la obra maestra de la simulación, como aquél en la dicha; no exhibe las contradicciones ni la movilidad de un semblante humano; sino, por así decirlo, una máscara con una digna simetría en sus rasgos; no grita, ni altera siquiera su voz. Cuando un verdadero nubarrón descarga sobre él una tormenta, se envuelve en su manto y se aleja con paso lento sobre ella.
Federico Nietzsche. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. Sede Bogotá. Facultad de Ciencias Humanas. Señal que cabalgamos. Número 42. Páginas 26-27.
No hay comentarios:
Publicar un comentario