lunes, 6 de marzo de 2017

Feminismo y pornografía

Gracias a Alejandra Omaña (@AmarantaHank), supe de la existencia de Marina (@AmarnaMiller). AmarantaHank (colombiana, cucuteña, acuerpada, mujer de frontera y comprometida con el periodismo) parecía muy original, rebelde, con carácter, inteligente y hasta feminista y la admiración terminó cuando supimos que es una copia total de Amarna. Basta ver la carrera y las opiniones de Marina para imaginar en lo que se convertirá nuestra querida Alejandra.
Amarna tiene 26 años y Amaranta 24, mujeres jóvenes, vitales, llenas de deseo y dispuestas a satisfacerlo, una cualidad que no se sale de la generalidad de la mujer normal. Lo anormal sería que las niñas de esta edad pasaran el día entero cavilando sobre la evolución de la marsopa de cristal, la velocidad de los neutrinos, la naturaleza del tiempo y el espacio; la mayoría de las mujeres de su edad pasan casi todo el día pensando en sexo porque la naturaleza es cruel y Dios (si existe) se ríe de nosotros.
Amarna y Amaranta (discípulas de Henry Miller y de Charles Bukowski, según ellas) son claras en que están ávidas de sexo y quieren saciar todas sus fantasías. Ellas están en todo su derecho pero la pregunta es por qué lo tienen que hacer público y lo quieren mezclar con periodismo, arte, literatura y feminismo cuando todos sabemos que son campos completamente diferentes. A las dos les parece divertido hacer lo que más les gusta, que les paguen por hacerlo y que nosotros disfrutemos viéndolas trabajar pero qué sentido tiene aparecer como artistas o feministas cuando el 99% de sus espectadores están pensando en sexo y sólo en sexo cuando las oyen; las ven como actrices porno que se salen un poco de su libreto y se presentan como mujeres emancipadas y esa es la gran novedad, el gancho que ellas usan para vender más y para no parecer simples muñecas de carne.
No, Amarna y Amaranta no son simples objetos carnales, son  mujeres con ideas claras y talentos bien identificados. Esa es la novedad, son actrices porno con discurso.
Cuando la gente ve pornografía no se interesa casi nunca en la trayectoria intelectual de la actriz, en sus gustos estéticos, de qué lado de la cama duerme cuando está sola o cuál es su serie favorita porque ante la escena pornográfica el ser se anula y el ojo se concentra sólo en el cuerpo y en lo que quien está detrás de la escena quiere que pase con ese cuerpo a través de otros cuerpos, es una sucesión de miradas sin participación de la palabra, todo se concentra en el ojo, en ese momento crucial sobran los discursos y la ideología porque no tienen sentido en este contexto, no cabe la racionalidad, sólo existen el deseo quien observa, carne deseosa observando actos carnales de seres anónimos a través de la pantalla. No hay un cuerpo, hay cientos de cuerpos disponibles en la web y de esos centenares de cuerpos los espectadores saben el nombre de dos o tres mujeres no precisamente porque quisieran saber cómo son fuera de cámaras, cómo piensan, sino porque corresponden exactamente a su fetiche.
Hay cientos de mujeres trabajando en la pornografía, como hay cientos de mujeres ejerciendo la prostitución y a estas dos mujeres les pareció muy inteligente y original (más a Marina que a Alejandra) decir que son feministas y entre más lo pienso más me convenzo de que no hay ninguna relación entre feminismo y pornografía por una razón muy simple: la naturaleza del cuerpo de la mujer, sus particularidades. El cuerpo femenino es mucho más complejo que el masculino, todo en el cuerpo de la mujer está hecho para ser contemplado, tocado, disfrutado y por eso la pornografía se concentra en la mujer y manipula esos cuerpos hasta el límite. Mirarlas ya es un placer, ver cómo se visten y luego caen las prendas, ver los rostros, las formas de caminar, las curvas y luego ver esa belleza en movimiento convertida en muñeca de carne realizando actos acrobáticos hechos a la medida de la imaginación de quien está detrás de la actriz, de quien la dirige. Mujeres tratadas como muñecas de carne para saciar la imaginación y el deseo del espectador. Eso no tiene nada que ver con feminismo, tiene que ver con machismo, con el hecho de ver hasta dónde llega la imaginación masculina, sus fantasías hechas realidad a través del cuerpo de mujeres reales exhibidas para millones de ojos que contemplan gratis este triste espectáculo.
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Relación sentimental con una almohada

Después de cuarenta y seis años de existencia supe -no sin asombro- que establezco relaciones sentimentales con las almohadas.
Lo supe porque hace dos años encontré la almohada perfecta, disfruté noches intensas con ella sin descanso y cuando se deterioró quise encontrar una idéntica o parecida y fracasé en todos mis intentos.
Compré dos almohadas nuevas y quise cambiarlas pero me gustaba más la almohada vieja y seguí aferrada a ella durante un año más mientras las almohadas nuevas no me sabían a nada y las miraba con desprecio.
Hice varios intentos con la almohada nueva hasta que un día cualquiera y sin saber por qué sentí que entre ella y yo se estableció un puente más poderoso que el que había establecido con la anterior.
Completamos una semana de noches intensas, es una experiencia nueva porque no se parece en nada a mi aventura pasada, es toda una aventura en mi cabeza.
Esta mañana me descubrí asombrada abrazada a la almohada en actitud fraterna como abrazaba a un oso que terminé tirando a la basura porque sentía me que seguía con la mirada y lograba intimidar con su actitud a los osos de carne y hueso, a los hombres que parecen osos.

Biología animal

Hay dos alternativas en literatura: hablar de sexo y dinero o no hablar de sexo y dinero.
Si el autor habla de sexo y dinero debe ser para burlarse del sexo y despreciar el dinero. Y esta será la literatura realista de crítica social. Para que la obra sea auténtica el autor debe ser sincero, debe burlarse del sexo y despreciar el dinero. Si va a despreciar el engaño, la adulación, la mentira, el fraude, la murmuración, la farsa, el vivir del brillo ajeno, el enmascaramiento, el convencionalismo encubridor, la escenificación ante los demás y ante uno mismo… Si va despreciar todos esos sentimientos y prácticas viles tan frecuentes en los seres humanos debe ser sincero también. Que no sea una pose para quedar bien, para parecer profundo y sensible, para parecer lo que no es, para vender muchos libros, ganar muchos premios y encontrar buenos amigos y mejores amantes. No debe actuar de esa forma porque un lector inteligente y sensible lo descubrirá cuando lo vea en público (aunque es extraño encontrar personas inteligentes y sensibles en eventos públicos relacionados con literatura).  Si en tu libro quieres parecer Nietzsche no aparezcas con la cara de Ricardo Silva, Héctor Abad, Andrés Hoyos o cualquier otro escritor colombiano de renombre. Trata de ser tú mismo en la  vida y en la obra.
Si el autor no habla de sexo y dinero es porque se burla del sexo y desprecia el dinero, más todavía que el autor de literatura realista. Este es el autor de literatura fantástica. Aquí los seres humanos no se igualan con los conejos y los perros, no se rebajan a su condición más primaria, la de juntar las partes para darle vida a un nuevo ser o para resoplar como cerdos durante diez minutos de  locura; al autor sólo le importa ocuparse de las dotes intelectuales de sus personajes, su capacidad de análisis y síntesis. Le interesa lo más noble de su triste condición. Por eso se burla del sexo y desprecia el dinero y el recurso más efectivo para constatarlo tiene que ver con el hecho de que en sus composiciones los personajes no caen en prácticas sexuales y tampoco hay intercambios de dinero. No se habla de la condición sexual ni económica de los personajes.
Hay literatura fantástica en la que se involucra el sexo y el dinero, pero para que sea fantástica el sexo no debe estar relacionado con biología animal sino con violencia, crímenes y todo tipo de excesos. El lector debe terminar asqueado del sexo o muerto de la risa.
Los mejores representantes de estos géneros son Bukowski, Sade y Lovecraft. Sus libros están llenos de verdades que la gente no está dispuesta a oír, leer ni imaginar.

Voluntad de acero

Este año me he trazado varias metas difíciles de lograr porque tienen que ver con placeres disfrutados durante hace ya bastante tiempo y lo más sorprendente de todo es que lo hago sin esfuerzo, sin trabajo, sin sacrificio, no me cuesta, me siento como una buena monja enclaustrada posando de sacrificada.
Si es tan sencillo convertirse en monja entonces nos tenían engañados y lo más probable es que tampoco sea cierto que Dios exista y esté presente en nuestros actos y algunas veces interfiera en nuestros pensamientos.
Conclusión: somos libres para portarnos mal.
No es ninguna penitencia  hacer el balance de mis grandes logros porque no me cuesta trabajo y la pregunta que suelo hacerme mientras vivo mi vida sin sacrificio es si soy yo, mi naturaleza o mis maestros a través de mí o yo a través de la historia de la especie y la galaxia. ¿Nací aprendida, me eduqué o me dejé educar? ¿Soy dócil, me aplaqué o ascendí en mi carrera espiritual?