martes, 21 de julio de 2015

Sólo el cielo sabe por qué lo amamos tanto

Damos fiestas; abandonamos a nuestras familias para irnos a vivir solos al Canadá; luchamos por escribir libros que no cambian el mundo a pesar de nuestros talentos y nuestros generosos esfuerzos, de nuestras extravagantes expectativas. Vivimos nuestras vidas, hacemos lo que sea que hagamos, y después dormimos -es así de fácil y de ordinario. Unos cuantos saltan por una ventana o se ahogan o toman pastillas; muchos más mueren por accidente; y la mayoría de nosotros, la gran mayoría, somos devorados lentamente por una enfermedad o, si somos afortunados, por el tiempo mismo. No nos queda más que este consuelo: una hora aquí y allá en la que nuestras vidas se abren en una explosión, contra todas las posibilidades y todas las expectativas, y nos ofrecen todo lo que jamás imaginamos, aunque todos excepto los niños (y quizás ellos también) saben que a estas horas inevitablemente seguirán otras más oscuras y más difíciles. Y sin embargo amamos la ciudad, la mañana, más que nada; tenemos la esperanza de más.
Sólo el cielo sabe por qué lo amamos tanto.
Michael Cunnhingham, en Las horas. Bogotá: Norma. 2000: 212-213

No hay comentarios:

Publicar un comentario