¡Qué gran cosa es para el alma, cumplido ya, como quien dice, el servicio del deseo, la ambición, las contiendas, las enemistades y de todas las pasiones, recogerse en sí misma y, como se dice, consigo misma vivir!
Séneca
¿Qué sentido tiene defender, como si se tratara de bienes inestimables, la soledad, el descanso y la quietud? Para responder es necesario conocer y relacionar la vida y la obra de algunas figuras centrales en la historia del pensamiento occidental. Se trata de seres en quienes las implicaciones éticas y el compromiso consigo mismos como seres racionales se hallan por encima de cualquier búsqueda de reconocimiento o remuneración.
Los amigos de la muerte se amparan bajo principios con claras tendencias estoicas, navegan por su interior como por un país desconocido, a pesar de haberlo recorrido cien veces y es evidente en ellos, además -y por paradójico que pueda parecer- el deseo de dar amor a la humanidad a través de sus reflexiones y su particular manera de concebir la vida. Algunos han superado en orden las fases propuesta por Platón en relación con el amor: el cuerpo, el alma, la sabiduría; se trata de tres pasos secuenciales que suponen que al final del proceso el hombre se hace semejante a Dios en la medida en que ama a todos -precisamente porque no ama a ninguno, no necesita ni depende de nadie y se aísla de la humanidad para hacerse útil a ésta: "Si he me refugiado en la reclusión y he cerrado las puertas, tal como ves en cuanto he predicado, sólo ha sido con el propósito de ser útil a muchos" (Séneca. 1985: 8).
Poseen en grado sumo y de manera consciente la autoafirmación, el orgullo y la obstinación propia de quienes se han santificado a sí mismos frente al mundo. Pasan de manera alternada de estados contemplativos -casi místicos- a meditaciones basadas en el raciocinio más riguroso.
Para comprender es necesario distanciarse, alejarse y sufrir hasta el hastío del dolor y el desconsuelo, experimentar la muerte en vida:
Húndome cabizbajo y estúpido en la muerte, sin considerarla ni reconocerla, como un abismo mudo y oscuro que me engulle de un golpe y me sume en un instante en un poderoso sopor insípido e indolente. Y la consecuencia que preveo a estas muertes cortas y violentas me consuela más de lo que me agita (Montaigne. 1994: 123).
Con el propósito de comprender mejor su naturaleza y la de los demás, los amigos del ocio contemplativo salen de su estancia para observar el modo en que se disfrutan los placeres de la vida, como resultado obtienen sólo mayor hastío y desilusión. Flaubert lo expresa de la siguiente manera: "La gente que medita, o sea, los champiñones intelectuales que se pudren en su sitio, como yo, hacen bien de vez en cuando en acercarse al fuego. Hace que despidan su jugo, luego quedan aún más secos" (Flaubert. 1989: 56).
No se fían de la felicidad, se esfuerzan, en cambio, por vivir conforme a su particular naturaleza, casi siempre bajo preceptos del orden de: "sabio es aquel que ya en vida está como si hubiera muerto, aquietado, dispuesto a marchar sin desgarramiento" (Zambrano. 1944: 52), o: "saboreé con detalle mi vida ya malgastada; me dije con regocijo que mi juventud había pasado, pues es una dicha sentir que el frío se posa en el corazón, y poder decir, palpándole con la mano, como un hogar que humea todavía: he dejado de arder" (Flaubert. 1986: 24). Asumen que "el hombre es un ser temporal y contingente lanzado entre dos nadas" (Heidegger), "una nada frente al infinito, un todo frente a la nada, un medio entre nada y todo... incapaz de ver la nada de donde ha salido y el infinito de donde él es absorbido" (Pascal: 1984: 51).
Es menester vivir cada instante como algo circunstancial, digno de la muerte, hecho para la muerte, comprender que la vida es el consuelo de la muerte y la muerte lo es de la vida. La actitud más sensata consiste, entonces, en aceptar que tanto nacer como morir es "pasar de cero a cero. De lo inconsciente e insensible a lo inconsciente e insensible" (Pascal. 1984: 123), de una nada a otra.
Séneca es enfático cuando reflexiona alrededor de estas ideas:
No puede andar preparado para la muerte quien sólo comienza a vivir. Es menester proceder como si siempre se hubiera vivido ya bastante (Séneca. 1985: 23).
Nada te será tan útil para mostrar temperancia en todas las cosas como la frecuente consideración de la brevedad e incertidumbre de la vida. En cualquier cosa que hagas pon tus ojos en la muerte (Séneca. 1985: 234).
Desear y vivenciar la quietud, el vacío y el dolor y tratar de construir la vida a partir de estos principios, especialmente por el hecho de que son construcciones artificiales y aptas para desarrollar cualidades plenamente humanas, será uno de los propósito de los seres conscientes de su condición frágil y huidiza. Pascal, sabiendo que sus días estaban contados, reflexiona de la siguiente manera:
No es vergonzoso para el hombre sucumbir bajo el dolor, y sí lo es sucumbir bajo el placer... Es que no es el dolor quien nos tienta y nos atrae; somos nosotros mismos los que voluntariamente lo escogemos y queremos que nos domine, de suerte que somos dueños de la cosa, y en esto es el hombre el que sucumbe a sí mismo; pero en el placer, es el hombre quien sucumbe al placer (Pascal. 1984: 100).
Los enemigos de la placer comparten con entusiasmo el principio propuesto por Aristóteles en relación con la eudemonología o arte del buen vivir, que no es otra cosa que negarse a buscar la felicidad y empeñarse en evitar el dolor. Schopenhauer explica esta habilidad:
Todo placer y toda felicidad son de naturaleza negativa; y el dolor es, por el contrario, de naturaleza positiva... debemos fijar nuestra atención, no en los goces y diversiones de la vida, sino en los medios de evitar en lo posible los males innumerables de que está sembrada... no hay que hacer la cuenta de los placeres que se han saboreado, sino de los males que se han evitado... La vida no es para que se disfrute de ella, sino para que se desatienda uno de ella lo antes posible (Schopenhauer. 1998: 71-72).
Séneca propone que cada ser viva conforme a su naturaleza: la naturaleza del hombre es actuar de manera racional. Para Pascal la mejor opción es cada quien permanezca en paz justo donde ha sido colocado por la naturaleza debido a que "estamos condenados a bogar en un vasto medio, siempre inciertos y flotantes, impulsados de uno a otro cabo..." y, sin embargo, "nos abrasa el deseo de hallar un firme asiento, y una base última constante para edificar allí una torre que se eleve al infinito; pero todo nuestro fundamento cruje y la tierra se abre hasta los abismos" (Pascal. 1984: 124). Soñamos con ser seres heroicos o gloriosos y la mayoría de las veces los esfuerzos dan como resultado el fracaso o el ridículo: "No hay un cretino que no haya soñado ser un gran hombre, ni burro que, al contemplarse en el arroyo junto al que pasaba, no se mirara con placer, encontrándose aires de caballo" (Flaubert. 1989: 86).
La negación del placer por el placer, tanto como la afirmación del esfuerzo por comprender y actuar de tal manera que haya concordancia entre la palabra y la acción se constituye, entonces, en una justa razón para aceptar la vida tal como es, sin adjudicarle cualidades que no posee. En últimas, todo se reduce a reafirmar no tanto la vanidad sino el orgullo, que no es otra cosa que la convicción firmemente adquirida de un valor propio, la elevada estima de sí mismo, procedente del interior:
El orgullo es la convicción firmemente adquirida de nuestro gran valor propio bajo todos los respectos; la vanidad, por el contrario, es el deseo de hacer nacer esa convicción en los demás... El orgullo es la elevada estima de sí mismo, procedente del interior... la vanidad, por el contrario, es la tendencia a adquirirla del exterior... La vanidad hace hablador y el orgullo taciturno (Schopenhauer. 1998: 97).
Para vivir sin inquietud es necesario ocuparse sólo del presente, es el tiempo que se aproxima más a lo que podría concebirse como lo real:
En lugar de ocuparnos sin cesar y exclusivamente de planes y de inquietudes del futuro, o de entregarnos, por el contrario, a la nostalgia del pasado, nunca debiéramos olvidar que sólo el presente es real, que sólo él es cierto y que, por el contrario, el porvenir se presenta, casi siempre, distinto de lo que pensábamos, y que el pasado ha sido diferente también; lo cual hace que, en resumen, porvenir y pasado sean ambos de mucha menor importancia de lo que parece. Porque la lejanía, que empequeñece los objetos para la vista, los abulta para el pensamiento (Schopenhauer. 1998: 79).
Al consagrarse al presente, al instante, como lo único real y digno de atención, se experimentan sensaciones de plenitud mucho más intensas que cuando se rememora el pasado distorsionado por imágenes idílicas o se proyecta un futuro que promete ser mejor, aunque condenado a la incertidumbre. Si se contempla sólo el presente se sufre menos dolorozamente el transcurrir de los días y cuando se rememora desde la distancia, como tiempo pasado, se vislumbra, entonces, como un período de vida libre de perturbaciones, como si se hubiera experimentado el vacío, la nada, la muerte en vida, en consecuencia se experimenta lo que podríamos concebir, por paradójico que puedar parecer, como la felicidad.
Bibliografía:
Flaubert, Gustave. Cartas a Louise Colet. Madrid: Siruela. 1989.
________ Noviembre. Barcelona: Muchnik. 1986.
Montaigne, Michel. Ensayos. Barcelona: Altaya. 1995.
Pascal, Blaise. Pensamientos. Madrid: Sarpe. 1984.
Séneca. Lucio Anneo. Cartas morales a Lucilio. Barcelona: Planeta. 1985.
Schopenhauer, Arthur. La sabiduría de la vida - En torno a la filosofía - El amor, las mujeres y la muerte y otros temas. México: Porrúa. 1998.
Zambrano, María. Séneca. Madrid: Siruela. 1944.
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