Hay que volver a reencontrar el origen del vocablo competencias en el griego agón, que es también lucha y rivalidad.
La rivalidad debe entenderse de manera positiva, en el interior de una dialéctica entre competir y colaborar. En efecto, desde lo afectivo de las competencias, cada uno de los que elaboran una erótica del saber dado, establece entre sí una especial relación de afectividad en la cual comparte ideas, experiencias e información. Dicha afectividad parte de la conciencia de que sin el otro no se puede emerger y mantenerse ese estadio de reconstrucciones y construcciones. De ahí, pues, la necesidad de creación de lo colectivo: lo que le confiere a las competencias su dimensión colectiva.
El agón de los griegos se sitúa en el interior de una concepción de la vida humana atravesada por ideales de belleza, armonía y perfección. La areté es siempre ser mejor, producir nuevas ideas y cosas, a la vez que crear, inventar un mundo diferente, con calidad y excelencia, que los distinga de los otros pueblos, con miras a reafirmar la creencia en su origen divino. Hay en ellos, entonces, una autoestima en grado superlativo. Podría sostenerse que las competencias poseen un nicho particular de formulación y praxis por fuera del cual hacer referencia a ellas es tergiversarlas, pervertirlas.
Rómulo Gallego Badillo, en El problema de las competencias cognosciticas. Una discusión necesaria. Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional. 2000: 81-82.
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