viernes, 15 de enero de 2016

El amor elegante

«¡El amor! Pero, ¿qué es por tanto el amor? ha sido poetizado para uso de los necios. Una vulgar necesidad periódica, una chillona ley de la naturaleza, de la naturaleza eterna que reproduce y se multiplica, una inclinación brutal, un carnal cruce de sexo, un espasmo ¡Nada más! Pasión, ternura, sentimiento, todo se limita a eso.»
Petrus Borel
Los enamorados, después de haber superado los límites de amor y placer soñados, y si además de esto ya se han casado, tienen varios hijos y cuentas por pagar, podrían sentirse identificados con los planteamientos de Borel cuando han despertado de su modorra, de un desbordante amor carnal.
El comentario de las editoras del texto en el que se cita a Borel es el siguiente:
El desprecio de Borel por el amor es el que siente frente al acto procreador como reproductor de conductas animales, repetitivas, mediocres y tristes. Existe, por tanto un aburrimiento del amor carnal, una tristeza de la carne, de la limitación de la práctica amorosa, que lleva a la muerte del deseo. Y cuando el otro no es más que instrumento de placer, es entonces causa de tedio… Sólo el amor del Amor podría escapar al aburrimiento. Se trata del deseo de amar, siempre fugaz, que se desvanece cuando se hace realidad. Porque el otro, cuando por fin cree haber encontrado al ser amado, nunca estará a la altura del amor ideal. (de Diego. 1998: 23-24).
A través de su queja Borel parece anhelar la realización de algunos valores del amor «elegante» promulgado por la tribu preislámica Banú Udra (hijos de la virginidad), celebrada por Al-Wassa en El libro del brocado, asimilada por los poetas provenzales y algunos románticos. El amor, desde esta perspectiva, no debería ser un «carnal cruce de sexo» sino perpetuación del deseo, de gozo en el sufrimiento, en la sensación de que el objeto amoroso está próximo y lejano, es caprichoso y majestuoso, humano pero con un halo de divinidad; se trata, en últimas, de un sentimiento que alberga contemplación y deseo y por encima de todo idealización del amor, concebido como la experiencia que le concede mayor vitalidad al ser humano:
El amor es uno de los preceptos fijos de los hombres discretos … es el comportamiento más hermoso de los hombres corteses y nobles… Un hombre cortés no puede estar libre de pasión ni desnudo de languidez, porque la pasión tal como la han descrito los sabios y como lo dicen los filósofos, es la primera puerta a través de la cual se abren las mentes y se ensancha el espíritu, y tiene una intensidad en el corazón por la que vive el alma. (Al-Wassa. 1990: 76).
El amor es una de las pocas experiencias capaces de transformar el comportamiento de manera radical:
Da valor al cobarde, hace generoso al avariento y elocuente al mudo, da fuerzas de decisión al indeciso… El poderoso se humilla ante la pasión y el orgulloso se somete; por el amor aparecen los secretos ocultos y se dejan llevar los reticentes, pues es un príncipe obediente y un jefe al que se sigue (Al-Wassa. 1990: 75).
Gracias al amor el enamorado ve más claro en sí mismo, la oscuridad desaparece de los actos y los pensamientos. El amor se convierte en luz, transforma y conduce a quien vive la experiencia hacia el análisis de refinados procesos introspectivos:
Usted cambió esta mañana mi mundo. Me sentía melancólico, aterrorizado del futuro. Y cuando usted apareció quedé deslumbrado… la sangre se me oxigenó, los músculos se me fortalecieron, el pensamiento se me aclaró, y me creció el valor. El amor me dice las mentiras más absurdas: me dice que usted es la mujer más hermosa del mundo. Mi loco corazón me dice que llore como un chiquillo. Su voz me está desgarrando el corazón en jirones. Se ha introducido usted en lo más íntimo de mi ser, me inquieta y me desazona… Es extraño, ¿no es cierto? Tenga en cuenta que soy un hombre nada sentimental. (Guide. 1989: 43).
El poeta enamorado no tardará en decir:
Por ti conozco quién soy. Me levantaste de tierra y me elevaste hasta el cielo; y diste un dulce sonido a mi lenguaje (Ovidio. 1989: 199).
Ovidio considera que el mejor ejercicio para evitar la ociosidad es estar enamorado:
Yo mismo era indolente y nacido para el reposo tranquilo; el lecho y la sombra habían ablandado mi carácter, pero la preocupación por una hermosa muchacha estimuló mi ociosidad y me ordenó ganar la soldada sirviendo en su campamento. Desde entonces me ves ágil y llevando a cabo guerras nocturnas. El que no quiera volverse perezoso, ¡que se enamore! (Ovidio. 1989: 236).
Si los enamorados no han satisfecho su amor bajo los preceptos de la «elegancia» promulgada por Al-Wassa en El libro del brocado («nadie será elegante hasta que no reúna en sí cuatro características: saber hablar, ser elocuente, casto y continente» (1990: 68), sino que la plenitud se ha logrado a través de la experiencia erótica, de la pasión carnal más intensa, es muy probable que se cuestionen sobre la veracidad de la idea de que en asuntos de arte, como de amor, de lo sublime a lo ridículo sólo hay un paso; tal vez asuman su equívoco y acepten con desilusión que, en relación con los sentimientos más intensos ?con el supuesto de que se trate de experiencias idílicas y plenas?, de cualquier manera llega un momento en que, de forma natural e irremediable «los nudos más sólidos se desatan por sí mismos, porque la cuerda se gasta. Todo se va, todo pasa, el agua corre y el corazón olvida» (Flaubert. 1989: 34).
Al final de la historia no se recuerda ni siquiera el dolor que ha producido el amor. El tiempo, la energía y el dinero que se ha invertido en estas ocupaciones parecen haber caído en saco roto, con el transcurrir de los años la experiencia amorosa más arrebatada puede relacionarse con aquello que a lo largo de la vida se concibe como tiempo muerto, los periodos en los que se le ha concedido demasiada importancia a situaciones que no lo ameritaban y de las que sólo se es consciente mucho tiempo después de ocurrida la experiencia. Si la realización de la pasión amorosa se ha consolidado a través del matrimonio, el resultado final de la proeza puede ser, como escribe Fernando Vallejo en La virgen de los sicarios cuando se refiere a los hombres casados: «Vive prisionero, encerrado, casado, con mujer gorda y propia y cinco hijos, comiendo, jodiendo y viendo televisión» (Vallejo. 1994: 134).
El enamorado puede buscar suplir su vacío, la pérdida de la ilusión, a partir de emociones más consistentes y duraderas, por ejemplo, con la lectura de los clásicos. Si por casualidad termina encontrándose con El amor, la mujeres y la muerte, de Schopenhauer, podría aceptar que a través de su pasión sólo obedecía a la voluntad de vivir en concordancia con la naturaleza, es decir, que lo que parecía tan sublime no era más que un mecanismo que motivaba a que, como lo dice el filósofo de manera descarnada, el macho montara a su hembra, eso y nada más; si durante el tiempo de las promesas hubiera visualizado a su objeto amoroso con quince o veinte años más en su haber, seguramente hubiera dudado sobre la veracidad de sus juramentos de «amor constante más allá de la muerte».

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Bibliografía
Al-Wassa. El libro del brocado (la elegancia y los elegantes). Madrid: Alfaguara. 1990.
Diego de, Rosa; Vázquez, Lydia (eds). Humores negros. Del tedio, la melancolía, el esplín y otros aburrimientos. Biblioteca Nueva: Madrid. 1998.
Flaubert, Gustave. Cartas a Louise Colet.Madrid: Siruela. 1989.
Font, Jordi. Religión, psicopatología y salud mental. Barcelona: Paidós. 1999.
Gaitán Durán, Jorge. Sade. Bogotá: Planeta. 1997.
Galmés de Fuentes, Alvaro. El amor cortés en la lírica árabe y en la lírica provenzal. Madrid: Cátedra. 1995.
Guide, André. Escuela de las mujeres. Madrid: 1989.
García Alonso, Rafael. Literatura filosófica. Madrid: Siglo XXI. 1995.
Ovidio Nasson p. Amores. Arte de amar. Sobre la cosmética del rostro femenino. Remedios contra el amor. Madrid: Gredos. 1989.
Sádaba, Javier. El amor contra la moral. Madrid: Prodhufi. 1993.
Schopenhauer, Arthur. La sabiduría de la vida – En torno a la filosofía – El amor, las mujeres y la muerte y otros temas. México: Porrúa. 1998.
Singh, Darschan. Corrientes de néctar. Vidas, poesías y enseñanzas de santos y místicos. Medellín: SK. 1998.
Valéry, Paul. El señor Teste. México: Universidad Autónoma de México. 1972.
Vallejo, Fernando. La virgen de los sicarios. Bogotá: Alfaguara. 1994.

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