sábado, 1 de julio de 2017

El amor muerto como una mosca aplastada

en muchos aspectos
los buenos tiempos habían llegado por fin
aunque
seguía viviendo en un
apartamento derruido junto a la
avenida.

me había abierto paso a través
de muchos estratos de terrible
adversidad.

Siendo un tipo ignorante
con
sueños descabellados, al final
muchos se habían hecho
realidad (bueno, si
vas a probar suerte
más te vale pelear
por el premio gordo).

pero casi
de inmediato
(como suelen pasar esas cosas)
la mujer que amaba con locura
se largó
y empezó a
follar
de la mañana a la noche
con
desconocidos y
desconocidas
imbéciles
y (en honor a la verdad)
probablemente con alguna que otra
buena persona.

pero
(como suelen pasar esas cosas)
fue sin
aviso previo
y me dejó con
una lastimosa languidez
incrédula
y un doloroso absurdo
desgarramiento en el
corazón.

asimismo
al cambiar
las tornas
me salió
un inmenso
furúnculo
en la espalda
casi del tamaño de un
albaricoque, bueno, un
albaricoque pequeño
pero aun así una
monstruosidad y un horror.

arranqué el teléfono
de la pared
eché el pestillo
bajé las persianas y
me puse a
beber
solo para pasar
la noche, y
enloquecí, probablemente,
pero
en un nuevo sentido
extraño y
delicioso.

encontré una antigua grabación de
Careless Love
y la escuché
una y otra vez:
la desesperanza de
ese disco de blues
casaba exactamente con mi
jaula
mi lugar
mi propio ánimo
desencantado:

el amor muerto como una mosca
aplastada.

volví la vista atrás
deambulando por el pasado
reciente, caí en la cuenta de que como
ser humano
podría haber sido mucho
mejor, más majo, amable,
no solo con ella
sino también con
el tendero
el quiosquero de la esquina
la visita inesperada
el mendigo harapiento
la camarera cansada
el gato extraviado
el camarero soñoliento
y/o
etc.

seguimos quedándonos
a medias una y
otra vez
pero luego pensamos que
a fin de cuentas, tal vez,
no somos tan terribles
después de todo, y luego nos
encontramos con
una novia que
va follando por
ahí de la mañana a la noche
además nos sale
un furúnculo casi del
tamaño de un
albaricoque pequeño.

¡ay, el remordimiento!
¡ay, la pena!

¡y esa grabación de
Careless Love
a todo volumen
una y otra
y otra vez!

Vaya temporada
dando tumbos entres botellas de cerveza
y whisky
la ropa sucia tirada
los periódicos sin leer
los pesares y
los recuerdos
todos esparcidos por la
habitación.

por fin lo superé
una semana después, solo
para encontrármela
en el umbral
a las 9 de la mañana de un
domingo
el pelo bien
arreglado,
la cara minuciosamente
maquillada,
con un vestido limpio,
sonriente,
como si hubiera
hecho borrón
y cuenta nueva.

-estaba allí plantada,
no era más que una
zorra
boba y
liante-

después de haber probado a muchos
otros y haberlos
encontrado (de
una manera u
otra)
insuficientes

estaba de
regreso (esperaba
ella)
mientras le ponía una
cerveza y
me servía whisky
en el vaso casi
vacío

oyendo
entretanto en
mi cabeza
aquella canción
imposible de olvidar sobre
el amor desconsiderado.

pero si mi amor por ella se
había acabado
algo distinto estaba a punto de
empezar
cuando cruzó las largas
piernas
me ofreció su sonrisa
radiante
y dijo,
alegremente: “bueno, ¿qué has
estado haciendo en mi
ausencia?”.
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