lunes, 20 de julio de 2015

Aforismos y aforistas

Un aforismo te lleva a la cabeza de la persona que lo escribió o lo dijo.
Los aforismos pican la curiosidad más que la satisfacen, provocan otros pensamientos más que los coartan.
Los aforistas son personas que han experimentado "situaciones espirituales extremas" y los aforismos los leen las personas que se encuentran en el mismo aprieto.
Los aforistas no son ni mucho menos inofensivos. Son agitadores e iconoclastas, dogmáticos cuya mayestática autoridad exigen aprobación. Son, por definición, revolucionarios convencidos de que sus verdades son manifiestas.
Los aforismos no son las frases simpáticas y ocurrentes de las tarjetas de felicitación. Son mucho más bruscos, agresivos y subversivos. No hay que sentarse cómodamente a leer un buen libro de aforismos, éstos saltan de las páginas y penetran en tu interior.
Los aforismos no son pequeñas citas edificantes pensadas para su consumo pasivo, sino que son desafiantes declaraciones que exigen una respuesta: o bien el reconocimiento de una percepción compartida -lo que Alexander Pope describió como algo que "se ha pensado con frecuencia pero nunca se habría expresado tan bien"- o bien un rechazo y una réplica.
Los aforismos tampoco pretenden hacerte sentir bien contigo mismo. Las más de las veces son cínicos y mordaces, un antídoto ante las anodinas e implacablemente optimistas panaceas de los libros de autoayuda y de la literatura inspiradora. Definitivamente no te animan. En lugar de ello, los aforismos cumplen una tarea mucho más difícil e importante: te hacen cuestionar todo lo que piensas y haces. Los aforismos asestan el certero golpe de las antiguas verdades olvidadas. Mantienen tu mente en forma porque hacen que cada mañana te preguntes si simplemente vas al trabajo o si estás cavando tu propia tumba.
James Geary, en El mundo en una frase. Una breve historia del aforismo. Bogotá: Planeta. 2007. 286 páginas.

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