domingo, 12 de febrero de 2017

La vida comienza a los 30

Las personas razonables no se casan ni tienen hijos porque quieren saber en qué consiste la vida, suelen preguntarse por qué tienen cerebro (sienten cómo les vibra dentro de la caja craneana) y se preguntan si vale la pena usar las tecnologías existentes para comunicar sus maravillosas ideas; se inquietan por saber qué hay más allá de la reproducción de la especie y la familia, es decir, del sexo y el amor, el amor más básico, el que nos impulsa a buscar una pareja para reproducirnos y el que nos impulsa a convertirnos en bestias si alguien intenta hacerle daño a nuestra cría o a la madre de nuestros hijos; suelen preguntarse si pueden llegar a ser más que un simple mamífero (un conejito más) y casi siempre terminan escribiendo un libro presentando sus conclusiones. A esos señores (casi todos hombres) los llamamos Los filósofos. Los grandes pensadores de todos los tiempos no tuvieron hijos y se brindaron la posibilidad de reflexionar sobre las implicaciones de tan seria decisión.
Somos seres gregarios pero no estamos obligados a tener hijos porque podemos tener padres, hermanos, tíos y sobrinos; podemos intercambiar vida con ellos sin que intervengan en nuestro propio desarrollo, sin que tengamos que compartir la vivienda con ellos. Podemos interesarnos en saber cuál es el rumbo natural de la vida de un ser humano que intenta burlar la naturaleza, el plan divino que se le marca desde la cuna a cada hombre o mujer. Podemos burlar el mandato que nos invita a crecer, multiplicarnos, engordar, envejecer y luego a morir orgullosos de nuestros hijos.
Si me hubiera casado con el amor de mi vida tendría casi treinta años de matrimonio, hijos de 25, nietos y tal vez bisnietos porque en Colombia la gente se sigue reproduciendo de forma natural, no es algo sobre lo que se dude. El ignorante y el letrado dan vida con el mismo entusiasmo. Entre los 20 y los 25 muchos jóvenes dicen que JAMÁS se casarán ni tendrán hijos, pero la mayoría de la gente no cumple; aunque se casen y se reproduzcan después de los 30 se están negando el placer de sentir las edades de la vida más allá de la simple reproducción y la agotadora vida en pareja constituida fundamentalmente para dar nueva vida e instaurarse como ejemplo ante la sociedad.
Cuando una persona se condena a la reproducción hasta ahí llega su libertad y autonomía, tiene que ser serio, responsable, adulto y buen ciudadano si no quiere ser juzgado por familiares,  vecinos y amigos; tiene que ser por sobre todas las cosas un buen padre, una buena madre, porque está comprometido a educar a los empleados del futuro, a los nuevos consumidores.
Cerca de cumplir 50 años (tengo 46) siento que el trecho entre los cero y los treinta es un trecho irrelevante; es cierto que siempre seremos los eternos inexpertos y que cada edad trae su incertidumbre, pero una persona menor de treinta años es mucho más torpe que una de 46, una persona de 46 que no tiene hijos y ha vivido una experiencia muy corta de convivencia en pareja (tres años).
Desde que tengo uso de razón (1979) me he acostumbrado a hacer el balance de mi vida, a recrear el pasado y a soñar con el futuro. Esta mañana abrí los ojos, quise recordar los momentos más memorables de mi vida entre 1979 y 1999 y no encontré nada porque la verdadera emoción comenzó cuando cumplí  treinta, fue cuando empecé a escribir y cuando el amor eterno se me presentó como una de las grandes mentiras que se creen los jóvenes y por eso terminan jugando a ser esposos amorosos y padres ejemplares.
Se puede ser la novia amorosa y el tiempo se encarga de mostrar la historia como algo divertido. Con la maternidad y el matrimonio es diferente, esas ficciones y compromisos son para toda la vida.
Mi sospecha es que en este nuevo mundo -el que viene después de 1999- la juventud va hasta los 60 y la madurez comienza a los 70.

No hay comentarios:

Publicar un comentario