domingo, 12 de febrero de 2017

Bullying a la madre

Los grandes autores de autoficción (casi todos hombres, claro) hacen ajustes de cuentas a través de la literatura y los peores insultos casi siempre recaen sobre la pobre mujer que les dio la vida: la madre:
Me quiero follar a mi madre, vieja hijueputa, no me abrazaron lo suficiente, soy muy marica y muy loco y la responsable es ella, lo mío es pura falta de amor y por eso escupo a todas las mujeres…
Esta mañana pensé en ese asunto y me pregunté por qué aunque pretendo hacer autoficción -porque está de moda- mi pelea no es con mi madre, mi padre, mi hermana, mi marido, mis vecinos ni ningún otro ser humano con el que haya tenido contacto cara a cara; mi lucha es con vendedores de libros que posan de artistas, tuiteras emprendedoras, periodistas que hacen porno, modelos Soho dizque feministas, todo tipo de embaucadores digitales pero jamás con una persona con la que no haya conversado, con seres humanos no construidos a partir de la escritura. El hecho de que le haya sonreído y lo haya arrullado con el tono de mi voz lo salva como por arte de magia de mi vara implacable y la pregunta es simple. ¿Por qué?
No tengo nada que reclamarle a mi familia y no me imagino haciendo esos reclamos en público, a través de un largo insulto al que pretendo llamar literatura. No se me antoja escribir la versión criolla de  Carta al padre y tampoco me parece elegante escribir la versión femenina de El olvido que seremos.
No creo en traumas de infancia ni en la literatura como terapia familiar. Le creo más a Paul Watzlawick que a Freud.

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