viernes, 20 de noviembre de 2015

¿Cómo vive la mayor parte de la gente sin pensamientos?

Cómo vive la mayor parte de la gente sin pensamientos. Hay mucha gente en el mundo (usted lo debe haber notado en la calle). Cómo viven. Cómo sacan fuerzas para vestirse por las mañanas.
Emily Dickinson
Las preguntas que se hace la artista son preguntas nada tontas. Yo también me las hago (sin ser artista y sin ser famosa) y no encuentro ninguna respuesta. Sólo encuentro (pobre corazón atormentado) amenazas de muerte y de ataques con ácido en la cara. Me tienen prohibido preguntar.
Mi miseria consiste en que a pesar de los peligros que me acechan no puedo parar de hacerme las mismas preguntas y no se me pasa por la mente que pueda ser peligroso, que pueda haber alguien esperándome en la calle para -en el momento menos esperado- acabar conmigo o  dejarme un recuerdo en la cara para que aprenda a respetar.
¿A respetar a quién?
¿Quién se merece respeto en un país como Colombia?
A pesar de las frases amenazantes que retumban en mi cabeza, frases del tipo: “en cualquier lugar puede estar el que le va a lavar la cara con acido hagalo una vez mas y le juro que le hago joder esa jeta asquerosa ni una mas gonorrea”, a pesar de ese mensaje cargado de odio no sé ser precavida en la ciudad del miedo, no puedo parar de sonreír mientras camino  y saludo a la gente, porque camino por calles por donde transita  gente que me conoce y cree que soy una persona jovial.  Y lo soy. Mi agresor debería conocerme en persona o conversar conmigo durante veinte minutos y pensar mientras ve mi mirada y oye el tono de mi voz si Bogotá sería una mejor ciudad sin mí.
No me atrevo a ir a la estación de policía a decir que tengo miedo ni me atrevo a caminar con precaución para despistar a la persona que me persigue para saber si me estoy comportando a la medida de su deseo y su gusto.
Me cuesta mucho creer que una persona que me lee puede llegar a atentar en contra mía. Si lee es porque le interesa lo que escribo y si no le interesa o no le gusta debería ignorarme y ya. Si mi nuevo agresor lo piensa bien debe admitir que soy una persona común que pasa la mayor parte de su miserable vida leyendo y escribiendo. ¿Cuál es mi delito? ¿Escribir sobre las estrellas de la farándula? ¿Por eso me van a echar ácido en la cara? ¿Tanto vale y tan importante es esa gente?
¿Qué tipo de preguntas se haría Emily Dickinson si tuviera cuenta en Facebook, en Twitter y en Instagram?
¿Cuántos amigos tendría en cada red?
¿Iría a Juan Valdez con sus amigos?
¿Estaría dichosa en las redes sociales?
¿Qué pensaría de los viajes en Transmilenio si fuera bogotana?
¿Cómo podría hacer la vida tolerable con tantos amigos en cada red social sin sentir que no le falla a ninguno y que a medida que aumenta la cifra es menos auténtica? 900 en total, 300 en cada red (sin contar los contactos en WhatsApp).
¿Sería un troll o un fake?
¿La censurarían?
¿La amenazarían de muerte y de ataques con ácido en la cara por escribir lo que piensa en un blog como este?
¿Qué pasaría si escribiera frases como las que leerán a continuación en su cuenta de Twitter con nombre propio y foto real?
¿Ya estaría muerta?
¿La buscarían para matarla o para decirle que la admiran?
¿Por qué esta mujer tan insignificante tiene tanto que decir sobre el siglo XXI?
Son muchas preguntas y ninguna respuesta:
La vida es para dos. Nunca para un comité.
La verdad es algo tan infrecuente que es preciso decirla.
Mi vida ha sido demasiado sencilla y austera como para turbar a nadie.
Siempre hay una cosa por la que estar agradecido -y es que uno sea uno mismo y no otro.
Uno aprende, cuando se hace viejo, que ninguna ficción puede ser tan extraña ni parecer tan improbable, como lo sería la simple verdad.
Si leo un libro y hace que mi cuerpo entero se sienta tan frío que no hay fuego que lo pueda calentar, sé que eso es poesía. Si físicamente me siento como si me levantasen la tapa de los sesos, sé que eso es poesía. Esta es la única manera que tengo de saberlo. ¿Hay alguna otra?
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