miércoles, 20 de abril de 2016

Yo soy la transfiguración del padre

Desde 1979 (nací en 1970) me ha inquietado mi claridad de pensamiento, seriedad, buen juicio, racionalización de todo lo que hago, amor a la lectura y a la escritura, obsesión con el orden, autocuidado llevado al límite (nunca me he enfermado ni he ido al médico), el poder de hacer muchas cosas sin agotarme y sin que ninguna se me salga de las manos, el hecho de haber trazado un plan de vida que he cumplido a cabalidad y mi búsqueda desesperada de la verdad. Verdad con V maýuscula.

He de confesar aquí que he leído a Freud desde la infancia y es seguro que ha influido de forma poderosa en mí. Ayer descubrí no sólo que ha influido y tiene grandes ideas que traté de realizar en mi más tierna juventud como, por ejemplo, la sublimación del deseo a través del arte y el poder de la melancolía, sino que al parecer es absolutamente cierto lo determinante que es para un ser humano a lo largo de su vida el tipo de vínculo que estableció en la  infancia con su padre y con su madre. Ese el es gran motivo de este ensayo: explicar que descubrí ayer y que hoy casi lloro de alegría mientras me tomaba mi café al recordar ese descubrimiento maravilloso de ayer. ¡Hermanos! Descubrí ayer que lo que soy -si es que soy algo-, que lo que valgo -si es que valgo algo-, lo que soy y lo que valgo lo soy y lo valgo gracias al hombre que me dio la vida.

Todo surge -según el libro revelador- de un exceso desbordado de admiración, un sentimiento que a veces confundo con una especie de idolatría. Este pobre ser hace lo que hace para lograr que su padre pose su mirada sobre mí.

Yo a mi papi de forma inconsciente: “Voy a ser mejor que tú y a elevarme por encima de tu capacidad de evaluarme. ¡Ya lo verás!”.

Gracias a esas dos grandes ideas (la sublimación del deseo a través del arte y el poder de la melancolía) escribí mis más hermosos ensayos sobre el amor, la melancolía, la risa y el movimiento. En esa época (hace quince años) navegaba entre la mente y el cuerpo, entre el cuerpo y la idea y entre la vida y la muerte (claro, también leía como loca y le creía todo a Platón). A través de mi propio camino de experimentación con la soledad, el dolor, el sufrimiento y el conocimiento de mis propios límites, a través del deseo obsesivo de conocer cada impulso de cada órgano de mi cuerpo y de mi mente y de ejercer control sobre esos impulsos, llegué a la conclusión de que es mejor reír que llorar y vivir que solazarse en la muerte. Supe también que el amor romántico no es tan cursi y que el sexo tiene su parte divertida. Creo que superé a Freud. En ese entrada y salida del infierno a través de la experimentación con el cuerpo y la mente fue decisivo Pascal, el otro hombre obsesionado con experimentar y conocer sus propios límites. Yo quería ser sólo mente -como Freud- y llegué a la conclusión de que se piensa mejor cuando se le da un poco de gusto al cuerpo.

No sé cómo llegué a Freud pero sé que es uno de los autores que más ha influido en mi forma de pensar y de sentir. Mi pelea a lo largo de la vida no ha sido con Dios sino con Freud. He pasado por momentos de fe total y en otras ocasiones he escupido y despreciado con risa asesina sus “grandes ideas”. He pasado por periodos de adoración malsana y de desprecio absoluto. Seguramente también veo a Freud como a mi papi.

Pero vayamos al origen: ¿Cómo es mi papá?

Mi papá es un hombre absolutamente responsable con sus hijos y con su esposa. Se casó una sola vez en la vida con una sola mujer, a la que dice amar con locura y por la que ha manifestado durante los últimos 55 años (es decir, siempre) unos celos enfermizos a los que él llama amor desesperado (porque mi mamá tiene un encanto natural que atrae a los hombres y es una mujer risueña -algo que mi papá, en su ceguera, interpreta como coquetería). Tuvieron siete hijos a los que se les dio total libertad para que hicieran lo que les diera la gana con su vida. Se les dio educación y se les dijo que leer vale la pena. Es un hombre amargado, furioso, excesivamente crítico con su señora y con sus hijos; es tan bravo que sus ataques de ira no nos producen miedo ni frustración sino risa. A lo largo de su atormentada existencia se ha esforzado por controlarse pero al parecer es imposible. Ya tiene 77 años y sigue siendo la misma fiera que conozco desde 1970. Ahora es una fiera controlada, seguramente también ha estudiado sus propios límites, pero al parecer es muy complicado luchar contra la naturaleza de su ser, la naturaleza psicológica del pobre hombre debe ser muy compleja.

Vamos un poco más atrás y hagamos la pregunta que se ha hecho mi mamá durante toda su vida: ¿Por qué él es así?

¿Cómo fue la infancia de la fiera y por qué es tan buen padre?

Mi pobre papá es el hijo menor y único hombre -el consentido- de una pareja de esposos que dormían con ese bebé en la misma cama hasta los seis o siete años. El padre era un señor muy exigente, serio y poderoso (tenía mucha plata y quería lo mejor para sus hijos, especialmente para el elegido, es decir, para mi papá) y la madre era una señora de pelo larguísimo ( mi pobre papá recuerda como el pelo de su madre se enrollaba en su cuerpo mientras dormía y todavía llora amargamente recordando a su mamá, especialmente el día de la madre). Cuenta la leyenda (más por las versiones de las tías, mi papá se niega a hablar de su infancia con nosotros, en realidad se niega a hablar de cualquier cosa con nosotros, cuando abre la boca es para insultar, criticar, despreciar… y todo eso acompañado de una risa y unas muecas que nos producen mucha risa y aprendimos a imitar a la perfección).

Sin dar muchas vueltas he de decir que mi pobre papá fue un huérfano tipo Batman: su padre murió en hechos confusos relacionados con una moza que tenía, ella quería que abandonara a su esposa y se fuera a vivir con ella y ante la negativa decide preparar un filtro de furia femenina que le causó la muerte al abuelo que no pude conocer. Al poco tiempo la madre de mi pobre papá, la madre amorosa y fiel de pelo larguísimo, muere de dolor, lo que llamaban en esos viejos tiempos pena moral. Un muerto arrastraba a otros vivos a la muerte, y entonces mi pobre papá siendo apenas un niño tuvo que convertirse en el hombre de la casa con sus hermanas mayores, que deben ser tres o cuatro. Los tíos de los pobres niños los despojaron de sus riquezas y de la historia no sé más pero no hay duda de que la infancia de mi pobre papá es absolutamente traumática y merece toda nuestra comprensión, admiración y amor.

¿Por qué es tan buen padre?

¡Fácil!

El ve a los niños como seres vulnerables porque él fue un niño despojado por los adultos, por la gente que se suponía, debería haberlo protegido. Cuando el pobre hombre se convierte en padre tiene un imperativo categórico: he sufrido tanto como niño que le daré todo el amor a los niños de mi entorno y los niños de su entorno somos nosotros, sus hijos,  y como adora a los niños de su entorno y mi mamá también es una adoradora de niños, por eso decidieron tener siete. Para él no hay más familia que su esposa y sus hijos, desconfía de entrada de los demás seres humanos, ni siquiera trata con cariño a sus hermanas que lo adoran y lo admiran con reverencia porque fue como un padre para ellas. Para él amor significa alimentación, vivienda, educación, vestuario, recreación, música, aparatos de última tecnología, comentarios mordaces y chistes crueles. No nos daba besos, nos daba música y bailaba para nosotros cuando estaba de buen animo. Daba consejos de valentía y defensa personal, es la representación humana del coraje, el esfuerzo, el orgullo y la arrogancia. Mi pobre papá hubiera sido un buen maestro de artes marciales.

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