lunes, 7 de agosto de 2017

La impotencia del discurso veraz

Pero ahora puede plantearse la pregunta: ¿qué razón se aduce para que, en el juego democrático, el discurso veraz no se imponga al discurso falso? ¿Cómo puede ser, en resumidas cuentas, que un orador valeroso, un orador que dice la verdad, no sea capaz de granjearse el reconocimiento? O, para decirlo de otra manera, ¿cómo puede ser que gente que escucha al orador que dice la verdad no está en estado y condiciones de entenderlo, escucharlo y reconocerlo? ¿por qué y cómo, por qué motivo, la división entre el discurso veraz y el discurso falso no puede hacerse en la democracia? Creo que nos encontramos aquí ante un problema fundamental y que es preciso tratar de comprender. ¿Qué factores motivan que en democracia el discurso veraz sea impotente? ¿La impotencia de ese discurso le es inherente? Indudablemente no. En cierto modo, se trata de una impotencia contextual. Es una impotencia debida al marco institucional  en el cual ese discurso veraz aparece y procura hacer valer su verdad. La impotencia del discurso veraz en la democracia no obedece, claro está,  al discurso mismo, al hecho de que sea veraz. Obedece a la estructura propia de la democracia. ¿Por qué no permite ésta la discriminación entre el discurso veraz y el discurso falso? Porque en ella no se puede distinguir al buen y al mal orador, el discurso que dice la verdad y es útil a la ciudad, del discurso que miente, adula y es perjudicial.
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