Su deber, su obligación, su responsabilidad, su tarea, consiste en hablar, y no tiene derecho a sustraerse de esa misión. Lo veremos precisamente en Sócrates, que lo recuerda a menudo en la Apología. Ha recibido del dios la función de interpelar a los hombres, tomarlos por el brazo, hacerles preguntas. Una tarea que él no abandonará. Aún amenazado de muerte, la cumplirá hasta el final, hasta su último suspiro

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