Las reglas del orden, los esquemas de organización son productos de la mente masculina (Herbert Marder).
Por muy agradable que pueda ser el pasatiempo de medir, es una de las ocupaciones más inútiles (Virginia Woolf).
Todo hombre que no tenga su propia santa puede considerarse desafortunado (Desmond McCarthy).
Su feminismo y su tradicionalismo pueden considerarse como reguladores, uno de su sensibilidad estética y el otro de su tendencia a experimentar (Herbert Marder).
En el caso de las mujeres escritoras uno casi puede medir su grandeza por el grado en que hayan conseguido olvidar los agravios cometidos contra ellas (Herbert Marder).
El deseo de venerar a la mujer como una influencia moral más elevada tiende, en la vida cotidiana, a restringir su libertad tanto como su convicción de inferioridad (Social Rights and Duties).
El miedo y la tiranía empiezan, según observó, en aquellos momentos que integran la vida de las personas hora a hora, día a día. Las verdades más esotéricas están ocultas en las experiencias más vulgares (Herbert Marder).
El hecho fundamental de las relaciones entre los hombres y mujeres, según lo veía Virginia Woolf, es que los hombres son socialmente estériles. Sin la influencia armonizadora de las mujeres no habría civilización (Herbert Marder).
Expresar cualquier tipo de valía, tanto intelectual como moral, mediante el uso de trozos de metal, de cintas, o de caperuzas o capas de colores, es una barbaridad que merece el mismo ridículo que reservamos a los ritos de los salvajes (Virginia Woof).
Acude todos los días a una oficina. Cada año publica un libro... Al poco tiempo ya es incapaz de entrar en una habitación sin hacernos sentir incómodos; adopta una actitud condescendiente hacia toda mujer que se encuentra y no se atreve a decirle la verdad ni a su esposa (Virginia Woolf).
A un monstruoso varón de voz chillona, puño duro, empeñado, como un niño pequeño, en marcar el suelo de la tierra con señales de tiza, dentro de cuyas místicas fronteras se encierra a los seres humanos, rígida, separada y artificialmente; donde... decorado con plumas como un salvaje pasa por ritos místicos y goza del dudoso placer del poder y del dominio (Virginia Woolf).
Aquellos que desempeñan sus profesiones con pleno éxito pierden los sentidos, Pierden vista. No tienen tiempo de contemplar cuadros. Pierden oído. No tienen tiempo de escuchar música. Pierden habla. No tienen tiempo de conversar. Pierden su sentido de proporción... Pierden su humanidad... Pierden su salud... ¿Qué queda de un ser humano que ha perdido vista, oído y el sentido de la proporción? Nada más que un inválido en una caverna (Virginia Woolf).
Las mujeres han servido todos estos siglos de espejos, con la magia y el delicioso poder de reflejar la figura del hombre duplicando su tamaño natural. Sin semejante poder, la tierra sería aún probablemente jungla y ciénagas.... Los espejos son indispensables para toda acción heroica o violenta. Por ello Napoleón y Mussolini insisten ambos con tanto énfasis en la inferioridad de las mujeres, porque si no fueran inferiores, ellos dejarían de agrandarse (Virginia Woolf).
Debemos subrayar que el feminismo de Virginia Woolf suponía la ampliación y no el rechazo de la sabiduría doméstica tradicionalmente cultivada por las mujeres. Sus libros más poéticos están salpicados de imágenes hogareñas extraídas de la cocina y del cuarto de los niños. Tampoco intentó, como lagunas feministas, minimizar la diferencia entre los sexos; todos sus escritos subrayan el hecho de que hombres y mujeres son diferentes. Sin embargo, creía que la educación tradicional había marcado la línea divisoria entre ambos por un lugar erróneo, y que las mujeres habían sido excluidas de campos de actuación en que podían haber sobresalido (Herbert Marder).
La sociedad masculina había confinado a la naturaleza dentro de rígidas convenciones: el intelecto masculino había estrechado tanto el ámbito de la experiencia imponiendo demasiado arbitrariamente sus categorías. El orden era necesario y deseable, pero este énfasis extremado en el sistema equivalía a una enfermedad del espíritu. Los sedimentos de los hábitos, combinados con el interés propio, había endurecido lentamente la estructura social; el andamio pensado para sustentar la vida se había convertido en un medio para aprisionarla. Las herramientas de análisis, en manos de académicos y especialistas, se habían convertido en grilletes. Para las mujeres, libres de lealtades irreales, "hacia los viejos colegios.... las viejas iglesias, las viejas ceremonias y los viejos países" , los valores de la sociedad patriarcal parecían casi incomprensibles (Herbert Marder).
Feminismo y arte. Un estudio sobre Virginia Woolf. Herbert Marder. Bogotá: Pluma. 1979.216 páginas.
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