Observemos un momento nuestra esfera e imaginemos que ingresa a ella una partícula -que podría ser un suceso, una experiencia o una percepción- para ser conocida por la mente. Luego, sigue su camino hasta nuestra profundidad para ser amada por nuestro sentimiento y, después, regresa a la superficie. A su paso, va dejando la huella en cada átomo que tocó. Estos átomos modificados contienen nuestros recuerdos, que pueden ser más o menos agradables, alegres o dolorosos, y también más o menos profundos. Digamos que se ubican en algún nivel por afinidad según su intensidad. Así que después de una década, ya tenemos una buena cantidad de recuerdos, algunos muy alegres, algunos dolorosos.

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