Por tanto, si les place, gocen de este sabio suyo, ámenle por encima de cualquier rival y convivan con él en la República de Platón o, si lo prefieren, en la región de las ideas, o en los jardines de Tántalo. ¿Habrá quien no huya o se horrorice de tal tipo de hombre, como de un monstruo o un espectro que se ha querido ensordecer a todas las sensaciones de la naturaleza, que carece de pasiones y no se conmueve por el amor ni por las misericordias más “que si duro pedernal fuese o de mármol marpesio”; de un hombre de quien nada escapa, que nunca yerra, sino que, como Linceo, todo lo descubre, que nada deja de juzgar escrupulosamente y nada ignora; que sólo está contento de sí mismo y se tiene por el único opulento, el único sano, el único rey, el único libre y, en suma, el único en todo, aunque ello no acontezca sino en su opinión; que no se entretiene con amigo alguno, porque no sabe lo que es un amigo; que no vacila en echar a rodar a los dioses, y que todo cuanto ve efectuarse en la vida lo condena o lo ríe como si fuese una locura? Tal es la especie de animal considerado sabio absoluto.

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