Hay una amable filosofía que consiste en encontrar consuelo aun en los objetos más indignos en apariencia. Del mismo modo que la virtud es superior a la inocencia, y que mayor mérito hay en sembrar en un desierto que en saquear indolentemente un vergel repleto de frutos, es verdaderamente digno de un alma selecta purificarse y purificar al otro por su contacto. Como no hay traición que no pueda perdonarse, ni existe tampoco pecado que no pueda absolverse, ni olvido imposible de conseguir; hay una ciencia del amor al prójimo y de hallarlo amable, como hay una forma de saber vivir. Cuanto más delicado es un espíritu, tanto más descubre bellezas originales; cuanto más tierno y abierto a la esperanza, más capacitado está para encontrar en el otro, por ruines que sean, motivos de amor; ésta es la obra de la caridad, y se ha visto a más de una viajera, desolada y extraviada en los áridos desiertos de la ilusión, reconquistar la fe y apasionarse más intensamente por lo que había perdido, con tanta más razón cuanto que posee ahora la ciencia de dirigir su pasión y la del ser amado.
Samuel Cramer, dirigiéndose a la señora Cosmelly, en La Fanfarlo, de Charles Baudelaire. Barcelona: Montesinos. 1989. página 33.

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