Uno de los rasgos más sorprendentes en la vida de los grandes poetas es la mendicidad amorosa, la necesidad de apasionarse de forma desmedida por otro ser humano que no tiene que ser necesariamente otro poeta o artista sino una persona común, hasta ponerla en la categoría de un dios, un ser inalcanzable y amado en demasía, un humano que causa sufrimiento porque no se deja atrapar o porque no ama con la misma intensidad que aquel que se siente tocado por la musa si es que la musa existió en algún momento.
El artista sufre porque su objeto amoroso es esquivo o parece que se escapa, porque se asusta ante una pasión tan desmedida y empieza a sospechar que ahí hay locura o simplemente porque no comprende la naturaleza de la intensidad del sentimiento que parece convertirse en centro y sentido de la vida del artista y que casi siempre termina convertido en obra o enriqueciendo la biografía de esas personas que nos causan tanta curiosidad, los artistas y los filósofos: van Gogh, Burroughs, Flaubert, Baudelaire, Beethoven, Stendhal, Nietzsche, Rousseau… para nombrar sólo los casos más representativos de mendicidad amorosa, una experiencia repelida por la gente común que sólo pasa por la vida para comer, dormir, ver televisión, reproducirse, trabajar y despilfarrar la vida en los centros comerciales tomados de la mano de un ser no más inteligente y original que ellos.
Entre más sufrimiento y humillación experimenta el poeta más admiración sentimos porque lo vemos como un ser humano sensible y desinteresado que pierde el tiempo en algo que la naturaleza ha convertido en un simple pretexto para la reproducción. Los grandes mendigos del amor no tuvieron hijos porque no los desearon, no estaban enamorados de la especie sino de otro ser humano al que a veces le conceden la categoría de dios o semidiós.
El poeta no busca ser amado sino amar, eso es lo que le da vida a su vida y no se conforma con alguien que lo ame para compartir la felicidad en un castillo y ser felices para siempre sino que la felicidad parece estar hecha de sufrimiento, ausencia e incertidumbre. Es lo más parecido al amor místico y al amor cortés.
Algunos amores se aprecian desde la distancia. Es un hombre que contempla a una mujer casada, mayor o de otro rango social y en muchas ocasiones la señora ni siquiera se entera de que el poeta la ve, sufre, llora y se lamenta por ese amor imposible. El enamorado escribe poemas, novelas y canciones inspiradas en su dama. Dante es el poeta de ese tipo de amor pero Flaubert no se queda atrás y las páginas más bellas de sus libros y sus cartas parten de ahí, de la frustración ante el amor esquivo, que no era precisamente Louise Colet.
Podría escribir cien páginas sobre los hombres apasionados que se han humillado como perros por mujeres que no “valían la pena”, por prostitutas, mendigas, mulatas, suicidas, dementes… pero lo que me llama la atención es pensar cuando este sentimiento es vivido por una mujer. Los casos más emblemáticos son Emily Dickinson -enamorada de un profesor que la toma por loca- y Amy Winehouse, enamorada de un ladrón que está enamorado de otra, que la mete en el mundo de las drogas duras y que se ríe un poco de ella, de ese amor de santa que nadie podía entender cuando estaba viva y que es lo que la pone a cantar de esta manera.
Ese hombre insensible y burlón casi siempre está mezclado con el público -como en este video- o esperándola detrás del escenario. Y ella le canta, lo adora en público sin ningún tipo de vergüenza, sin pudor. Ese hombre insignificante saca lo mejor de esta mujer cuando se sienta a escribir, cuando hace las canciones y cuando se presenta en público. Ella no le canta a sus fans, ella le canta a Su amor sin ningún tipo de disimulo, con su pasión desnuda
El profesor tonto de literatura no entendió nunca a Emily Dickinson. Siempre la tomó por una loca y se burló de ella con su esposa.
A continuación algunos apartes de las cartas de la poeta más grande de Estados Unidos enviadas a un hombre al que apenas vio una o dos veces y con el que era tímida como una niña en presencia suya:
El Hoy hace que el Ayer signifique.
Una carta la siento siempre como la inmortalidad, porque es la mente sola sin el amigo corporal. Deudores en nuestra conversación de la actitud y del acento, parece que hay un poder espectral en el pensamiento que camina solo – me gustaría agradecerle su gran amabilidad, pero nunca intenté levantar palabras que no puedo sostener.
Mi vida ha sido demasiado sencilla y austera como para turbar a nadie.
Las mujeres hablan, los hombres callan; ésa es la razón por la que me dan pavor las mujeres.
Si leo un libro y hace que mi cuerpo entero se sienta tan frío que no hay fuego que lo pueda calentar, sé que eso es poesía. Si físicamente me siento como si me levantasen la tapa de los sesos, sé que eso es poesía. Ésta es la única manera que tengo de saberlo. ¿Hay alguna otra?
Cómo vive la mayoría de la gente sin pensamientos. Hay mucha gente en el mundo (usted lo debe haber notado en la calle). Cómo viven, cómo sacan fuerza para vestirse por las mañanas.
La verdad es algo tan infrecuente que es preciso decirla.
El éxtasis lo encuentro en el vivir, la mera sensación de estar vivo es suficiente gozo.
La gratitud es el único secreto que no puede revelarse por sí mismo.
De la poeta dice el profesor:
Ella era un ser demasiado enigmático como para que yo lo resolviese en una entrevista de una hora; y el instinto me decía que el más mínimo intento de examen directo la haría replegarse a su concha; sólo podía estar quieto y observar, como hace uno en los bosques; tenía que identificar el pájaro sin usar la escopeta, como recomendaba Emerson.
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