jueves, 24 de septiembre de 2015

23 años de esclavitud

Una dama no tentada no puede jactarse de castidad.
Montaigne
Hace doce años escribí el ensayo titulado “Superación del amor alucinado”, era un ajuste de cuentas con el amor y la conclusión es simple: el sexo es pura acrobacia y muestra evidente de salud, apertura mental y bienestar, el amor es una ilusión muy persistente, vale la pena amar el conocimiento y no a un hombre, poner por sobre todos los amores el amor al conocimiento o a la lectura o al cultivo del intelecto porque el conocimiento nos enaltece y el amor se acaba o se degrada. Como dice Flaubert: el tiempo pasa y el corazón olvida y porque se puede admirar a las personas más admirables del mundo gracias a lo que escribieron.
De mi primer amor no recuerdo casi nada, Flaubert me gusta desde 1979, es un amor para siempre, profundo y verdadero. Casi todos los días de mi vida pienso en una frase de Flaubert y me siento identificada con cada palabra. Hoy he pasado el día entero pensando en esta frase: Porque un imbécil tenga dos pies como yo, en vez de cuatro como un burro, no me creo obligado a quererlo, o al menos, a decir que lo quiero y que me interesa.
El ensayo sobre el amor -un portento de veinte páginas con cincuenta citas y siete páginas de bibliografía- lo escribí hace doce años y todavía me gusta, recuerdo mi estado de ánimo y lo que sentía mientras escribía; gracias al amor leí más de cien libros y aprendí mucho, debo reconocerlo. Lo escribí inspirada en la desilusión que me causó mi primer amor cuando descubrí que no era para siempre, que no era un ser sobrenatural, que era un humano más. Con ese amor fue una historia de trece años, un poco tormentosa porque fue el primero, supongo que a todas las personas les debe ocurrir más o menos lo mismo porque el primer amor es el de la inocencia.
Luego conocí a Andrés, el segundo amor, el verdadero, el de la madurez, la racionalidad, los planes conscientes, la fidelidad total y la confianza. Siete años de noviazgo y tres de convivencia fueron suficientes para convencerme de que 23 años de amor y erotismo son más que suficientes y no quiero seguir experimentando. Supongo que mi actual desidia tiene que ver con el hecho de que me entregué a esas dos experiencias con absoluta fe, franqueza, pasión y transparencia y como ya sé cómo es el comienzo, el nudo y el desenlace de las bellas historias de amor, esas experiencias fantásticas y fascinantes que nos hacen creer que somos seres afortunados porque encontramos a la persona con la que habíamos soñado siempre, como ya conozco el comienzo y el final esas experiencias  han dejado de ser seductoras para mí. La lectura todavía sigue siendo una experiencia fascinante y prometedora.
No puedo ser como la mayor parte de la gente, no puedo vivir por imitación, por prestigio o por presión social. La mayoría de la gente confunde el amor con llenar su miseria existencial al lado de una persona por la que no sienten nada o a la que incluso odian; el amor es una  empresa, el marido es  auxiliar de cocina y de plomería, y en el peor de los casos un par de seres humanos se unen para ver cómo se engendra, nace, crece, envejece y muere un ser humano fruto de un cruce entre un hombre y una mujer que confundieron esa experiencia con lo que llama El amor.
Gracias a mis dotes intelectuales tengo el privilegio de contar con pretendientes permanentes durante todos los días del año, hombres entusiasmados con la idea de que podrían llegar a vivir una experiencia conmigo. Sexo o amor, nunca me queda del todo claro, pero el problema es que el amor empieza con sexo y el sexo es una lotería: para encontrar al príncipe hay que besar antes a cuatro sapos, dice la leyenda, y eso, a estas alturas de la vida, me parece simplemente ridículo y asqueroso.

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