domingo, 12 de febrero de 2017

Analogías

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El descubrimiento de Fran Lebowitz

Hoy me enviaron un enlace y me dijeron: mire a esta señora, se parece un poco a usted.
Vi y sí, claro, pensé en mí misma.
Nunca la había visto, no había oído mencionar ese nombre y mientras más sabía de ella más me sorprendía, es como si ella y yo fuéramos la misma persona, pero ella nació veinte años antes que yo, habla en inglés, vive en Nueva York y no tiene nada que ver conmigo.
Me sorprendió que ama lo mismo que yo amo y odia lo mismo que yo odio. No ama el dinero, el poder ni la fama, no le gusta viajar y tiene porte masculino, es crítica hasta el límite, tiene excelente sentido del humor y el don de la conversación; cree, como yo, que no le deberían pagar por hablar sino por desplazarse porque no le gusta, es sibarita, hedonista y egoísta como yo. Una mujer de ideas radicales que no está dispuesta a ceder ni a ponerse a la orden del mercado y los mercaderes.
Somos muy parecidas pero somos muy diferentes. Cuando me fijé en las fotos pensé en mi cara y en mi actitud del pasado y pensé si podría tener una cara y una actitud similar a la de la señora dentro de veinte años.
Me sentí ante mi doble, ante una persona que podría comprenderme y ante una mujer admirable, gigante y valiente como yo.
Con ustedes, mi doble:
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Contra la bicicleta como medio de transporte en Bogotá

Bogotá es una ciudad inmensa que cada día crece más. Algunas personas deben recorrer trayectos diarios de más de dos horas para ir de su casa al trabajo y del trabajo a la casa y desde hace un buen tiempo surgió la moda de sentirse moralmente superior porque se llega al trabajo en bicicleta (y tiene gato).
Moda es moda y millones de personas se toman por los nuevos héroes de la vía porque soportan sol y lluvia, humo negro y vías desastrosas.
Yo los veo desde la ventana de mi buseta y me pregunto asombrada:
¿Son bobos a conciencia o nacieron para sufrir?
A medida que pasa el tiempo crece el número de personas masoquistas que se exponen diariamente a este tormento físico con la pretensión de que son humanos conscientes, amantes del planeta, ciudadanos ejemplares y como las masas tienden a imitar los comportamientos aunque sepan que son errados ahora ir en bici es casi que una cualidad intelectual. Los que vamos a pie somos tontos.
En vez  exigir que mejore el transporte público los amigos de la bici incentivan a sus congéneres para que hagan deporte en ropa de trabajo antes de llegar a la oficina. Cualquier persona que haya practicado el ciclismo con cierta regularidad sabe que después de media hora de trayecto el ciclista no sueña con llegar a trabajar sino con darse un baño, cambiarse de ropa y descansar un buen rato.

Picando el ojo


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Sócrates en el centro comercial

Confieso que me he traicionado a mí misma
Antes de cumplir diez años me hice varias promesas que no cumplí:
Ser estoica como Sócrates:
¿Ves todo lo que hay expuesto en la feria para la venta?
Sí, maestro, muy bonito todo. Muy buenas las promociones de enero.
¡No necesito ninguno de esos objetos, todos son innecesarios!
Vivir toda la vida en la misma casa como Flaubert:
Una persona debe vivir toda su vida en la misma casa, ser parte de ella. Cuando la persona muere deben enterrarla y quemar la casa porque la casa es un objeto vivo, es parte del difunto, no es un simple espacio para vivir.
Ser autodidacta como los verdaderos Maestros:
Para despreciar el sistema educativo no necesité a Sócrates ni a Flaubert porque lo descubrí con mis propios ojos y oídos. Cuando todavía no era bachiller tomé la decisión de no someterme más a esa prisión, a ese espacio creado para uniformar a las personas, para hacerlos dóciles, buenos ciudadanos, para que acojan con cariño y sumisión los aparatos ideológicos del Estado que tan bien explicó Althusser antes de matar a su esposa. La educación sirve para que la gente educada repita la misma historia hasta el infinito: nacer, crecer, estudiar, buscar novio, casarse, tener un hijo, comprar casa, tener otro hijo, comprar otra casa y carro, comprar, tener varias tarjetas de crédito, viajar, comprar en Zara y en Mango, debatir en las redes sociales, defender diferentes Causas, esperar que sus hijos repitan la misma historia, ver crecer a las nietos, morir convencido de que lo hizo todo muy bien y fue un ciudadano ejemplar.
También me prometí no ser esposa abnegada ni madre amorosa y de eso sí me siento bastante orgullosa porque cumplí, claro. Pero en estos últimos días me he torturado pensando que me traicioné a mí misma porque yo quería ser estoica, vivir siempre en la misma casa y no haber terminado el bachillerato (me hubiera gustado tener segundo de Primaria) y me doy látigo todos los días porque me siento como una idiota entre millones de idiotas en el centro comercial. Soy como todos.
Por no haber cumplido esas tres grandes promesas me siento inauténtica, frustrada, fracasada, una idiota entre millones de idiotas, una ciudadana ejemplar, una persona que ha “triunfado en la vida” y se puede constituir en modelo digno de ser imitado y yo no soñaba con eso para mi vida. Pienso en lo que hubiera podido llegar a ser sin tener una casa PROPIA, formación educativa en las mejores instituciones del país, un trabajo digno porque me deja mucho tiempo libre y -en vista de que pagan por trabajar- estar obligada a comprar, a hacer uso de la ganancia en el centro comercial.
Si me hubiera rebelado de verdad sería otra, el camino hacia la escritura hubiera sido mucho más complicado, no tendría los lectores que tengo ni me prestarían la atención que me prestan porque los benditos títulos pesan más que lo que yo pueda decir si sólo tuviera segundo de Primaria, no tendrían valor mis palabras aunque hubiera leído todos los libros que he leído en la biblioteca. En la universidad estuve apenas seis años y esos seis años pesan más que los treinta años como lectora de biblioteca, no es justo ese trato con los autodidactas.

Los signos de puntuación

Primero se lee y después se escribe.
Cuando usted descubre que le gusta leer más que cualquier otra cosa en la vida se pregunta con lágrimas de emoción ante la verdad revelada por qué le gusta tanto leer y no ver televisión o hablar con el hijo de la vecina, por ejemplo. Cuando SABE que le gusta leer más que realizar cualquier otra actividad en la vida deja de pensar en el contenido de los textos y pasa a fijarse con atención en la forma como están escritos esos textos que lo conmueven hasta las lágrimas y lo llevan a descubrir que tiene cerebro y corazón, raciocinio y sentimiento; descubre usted que no es un simple animal y es ahí donde con lágrimas de alegría se fija en los signos de puntuación, se pregunta si son cosas de Dios o el secreto mejor guardado de los escritores profesionales.
Sobre los signos de puntuación puede usted encontrar manuales, letra muerta redactada por gente de mente cerrada que está segura de que hay una sola forma de escribir, gente que casi siempre asume con prepotencia que la coma, por ejemplo, es para respirar y que hay una diferencia radical entre el guión y la raya o entre un asterisco y una nota de pie de página.
La forma más efectiva de entender los signos de puntuación consiste en fascinarse con un texto muy bien escrito, un clásico, por ejemplo. También le puede servir un premio nobel de literatura. Debe leerlo varias veces, tratar de entender por qué es tan particular, único, diferente a todos los demás, así como cuando estamos enamorados y lloramos de emoción porque nos sentimos bendecidos y afortunados al suponer -antes de que caiga el velo- que nos hallamos ante la perfección hecha carne. El amor se acaba pero el texto permanece siempre fijo, dispuesto a ser descubierto si se mira con atención, listo para convertirse en su maestro.
¿Por qué ante un texto que nos gusta mucho es imposible parar de leer y cuando terminamos queremos volver a comenzar? ¿Por qué siente usted que es como música? ¿Por qué lo recuerda después de varios días si ha leído otros textos y sólo ese llega a su memoria en el momento menos esperado? ¿Será el contenido, la sinceridad  o los signos de puntuación?
Son los signos de puntuación.
Los signos de puntuación son de uso exclusivo de la escritura, no de la oralidad. En pocas palabras, los signos de puntuación son signos de sentido como el tema, el tipo de texto, el tratamiento, la selección de las palabras, la intención, el tono y todo lo demás.
Entre más leo, escribo, pienso y siento más me convenzo de que la fuerza de la escritura está en los signos de puntuación.

Bullying a la madre

Los grandes autores de autoficción (casi todos hombres, claro) hacen ajustes de cuentas a través de la literatura y los peores insultos casi siempre recaen sobre la pobre mujer que les dio la vida: la madre:
Me quiero follar a mi madre, vieja hijueputa, no me abrazaron lo suficiente, soy muy marica y muy loco y la responsable es ella, lo mío es pura falta de amor y por eso escupo a todas las mujeres…
Esta mañana pensé en ese asunto y me pregunté por qué aunque pretendo hacer autoficción -porque está de moda- mi pelea no es con mi madre, mi padre, mi hermana, mi marido, mis vecinos ni ningún otro ser humano con el que haya tenido contacto cara a cara; mi lucha es con vendedores de libros que posan de artistas, tuiteras emprendedoras, periodistas que hacen porno, modelos Soho dizque feministas, todo tipo de embaucadores digitales pero jamás con una persona con la que no haya conversado, con seres humanos no construidos a partir de la escritura. El hecho de que le haya sonreído y lo haya arrullado con el tono de mi voz lo salva como por arte de magia de mi vara implacable y la pregunta es simple. ¿Por qué?
No tengo nada que reclamarle a mi familia y no me imagino haciendo esos reclamos en público, a través de un largo insulto al que pretendo llamar literatura. No se me antoja escribir la versión criolla de  Carta al padre y tampoco me parece elegante escribir la versión femenina de El olvido que seremos.
No creo en traumas de infancia ni en la literatura como terapia familiar. Le creo más a Paul Watzlawick que a Freud.

Locuras de juventud

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Cinco fotografías recientes


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Instagram y el fetichismo de la imagen

Tengo cuenta en Instagram desde diciembre de 2015, la creé por sugerencia de una persona que me dijo algo como “Si impactas tanto con la escritura no me imagino lo que puedes llegar a hacer con las fotografías”. Creé la cuenta y empecé a tomar fotos, muchas fotos. No seguí a nadie porque allá no encontraré gente como Man Ray o Leni Riefenstahl y si los llegara a encontrar -si en esa red social hubiera imágenes dignas de mis ojos- esas pobres imágenes estarían navegando entre millones y millones de fotos basura. Sospecho que Instagram puede ser tanto o más hediondo que Facebook y no quise hacer la prueba. Durante los dos últimos meses seguí a dos amigos pero lo que me interesaba de Instagram era el chat, nada más.
¿Qué me sorprende de mi cuenta en Instagram?
Las visitas diarias. Superan las de Twitter y las de este blog.
Muchas personas pasan diariamente por ahí y contemplan mis imágenes perturbadoras. Sé que son perturbadoras porque llegan a inquietarme a mí también.
¿Por qué me perturban?
Porque son fotos de estados de ánimo y fotos de momentos importantes para mí. Todos los días reviso esas fotos y las voy borrando; dejo sólo las que me transmiten un mensaje concreto y el mensaje es para mí, no para el espectador anónimo.
He recibido comentarios del tipo: “No me gusta su actitud en Twitter ni lo que escribe en el blog pero me gusta mucho su cuenta en Instagram”. Yo también me gusto mucho ahí porque revelo mi parte más humana y además me sirve para navegar en el tiempo y el espacio, la memoria y el olvido; para hacer grandes reflexiones sobre la permanencia, el cambio, los ciclos y el eterno retorno.

Carolina Sanín y el peligro de dejarse devorar por el mundo virtual

Me he ocupado de Carolina Sanín desde hace siete años, supe de su existencia en Twitter y a partir de ese momento le he hecho seguimiento a su carrera, a sus actitudes y a su apuesta  estética porque es feminista y porque está interesada en la literatura, como yo. No la sigo porque esté obsesionada con ella, la envidie o la odie sino porque es perfecta para pensar en temas de mi total interés como lo son el campo literario, los intelectuales colombianos, la literatura del futuro  y especialmente internet, cómo se puede afectar la vida personal y laboral cuando los usuarios no son hábiles para navegar en estos mundos en los que no se sabe en qué momento la persona se convierte en personaje y el personaje termina arruinando la vida del sujeto, la vida privada de la persona de carne y hueso que sufre y llora, que siente miedo con todo su cuerpo y  no sabe cómo encaminar de nuevo esa vida real que ha sido tragada por el personaje virtual.
Lo que en algún momento parecía tener forma se desfiguró por completo porque teniéndolo todo (capital social, intelectual, económico, cultural y simbólico) Carolina Sanín asumió la actitud de una joven inocente que no tiene nada sino apenas una cuenta en Twitter o en Facebook y se lanza con furia al vacío con un propósito bien definido: volverse famosa, influencer, emprendedora, empresaria, conseguir novio rico o de la farándula, convertirse en actriz porno siendo periodista, etcétera. La joven inocente y arriesgada apuesta y gana o no gana, si pierde no pierde nada puesto que no tiene nada que perder, no  tiene capital y por eso es arriesgada y pendenciera; hará el ridículo durante una o dos semanas y luego aparecerá la apostadora de turno, la protagonista del nuevo show mediático. Una persona como Carolina Sanín no necesitaba jugar en las redes sociales de esa forma y mucho menos en Facebook, donde la ignorancia, el fanatismo, la zalamería y la desinformación son ley.
Carolina Sanín en muy poco tiempo parece haber acabado con la obra que había construido, con su formación profesional y su desempeño laboral. Terminó poniéndose en contra de la universidad de la que es egresada y de la que luego fue profesora. Eso se llama desde la teoría del campo no saber jugar, no saber mover las fichas, no saber apostar, jugar de forma torpe. Y toda una suma de errores no es más que el fruto de haber sentido que podía ejercer más poder desde un tonto perfil de Facebook que desde el mundo real. Sintió que sus fans y los cientos de mensajes zalameros que recibe cada día tenían más valor que lo que había cosechado en el mundo real, en la realidad ajena a las redes sociales.
Como experta en lectura y escritura en redes sociales cuál es mi consejo para no caer en estos límites absurdos:
Cuando sienta que su vida virtual es más relevante que su vida real, que la gente de carne y hueso y su propio cuerpo, cuando su personaje virtual empiece a ser más importante que el cuerpo que usted habita y ese personaje empiece a afectar de forma negativa su vida real y sus relaciones con otros seres humanos en diferentes entornos, lo mejor es desaparecer de una vez y para siempre de todas las redes sociales, hacer de cuenta que no existen. Muchas personas en el mundo viven perfectamente sin redes sociales.
Cuando sienta que su personaje en internet es más fuerte que usted como persona, como ser humano de carne y hueso que disfruta comiendo, bebiendo, durmiendo, caminando, trabajando y compartiendo la vida con otros seres humanos, lo mejor es desaparecer de las redes sociales de una vez y para siempre, no pensarlo tanto, no seguir arruinando la vida.
Internet produce adicción física y psicológica y puede ser más peligroso que el bazuco, arruina vidas y el usuario debe estar siempre alerta. En este mundo negro donde la persona deja de ser relevante para darle todo el poder al personaje puede caer el niño de siete años y la profesional mayor de cuarenta, no es un asunto simple y no debe ser tratado con ligereza.

Obsesión fatal

Mi nombre es Elsy, tengo 46 años y no soy nadie.
No soy nadie en el sentido de que no he publicado una obra, no tengo amigos influyentes, no devengo sueldo de millonaria, no vivo en un barrio exclusivo de Bogotá, no tengo carro, no uso Uber, no tengo tarjeta de crédito ni cuenta corriente, no aparezco ni publico en medios, no soy modelo, youtuber, influencer, emprendedora, empresaria independiente ni nada parecido. No  tengo grandes aspiraciones en la vida y paso por un momento crucial porque me siento atascada como un carro, no sé si lo mejor es seguir o quedarme donde estoy y hay momentos en los que me pregunto preocupada: ¿Seguir para dónde si siempre he estado más o menos en el mismo lugar? Es complicado y lo peor de todo es que presiento que estoy exactamente en medio del camino, sospecho que me quedan más de cuarenta años por vivir.
Soy la persona más común con la que usted se pueda cruzar en esta ciudad sin méritos llamada Bogotá. Casi nunca salgo, me desplazo siempre a los mismos lugares, hablo con muy pocas personas y no tengo una vida digna de ser contada. No redactaré mis Memorias porque no serían más de dos páginas.
Y sin embargo tengo fans que me persiguen, me buscan, se esconden, juegan conmigo, intentan enamorarme, me dicen que me van a matar o se quieren casar conmigo, buscan hacerme dudar de mi propia valía o me dicen que soy la mujer más grande del universo, plantean juegos psicológicos y a la larga siempre termino preguntándome qué putas pasa, cómo es posible que la escritura en un simple blog y en una simple cuenta de Twitter desencadene emociones tan funestas que en varias ocasiones me han hecho sentir en una película de terror psicológico y me han llevado a preguntarme si esos admiradores o enemigos confundidos van a conducirme al suicidio como a Kurt Cobain o me van a matar como mataron al pobre John Lennon, mientras salga a comprar lo del desayuno en la tienda de la vecina. Lo pienso y me pregunto si la escritura tiene tanto poder y si esas personas de sentimientos confusos, obsesionados conmigo y empeñados en hacer de mi vida una pesadilla sin fin me toman por estrella de rock o por premio nobel de literatura.
En este momento no me interesa el sexo ni el amor, saber si soy bonita o fea, deseable o despreciable porque la edad no lo amerita, voy rumbo a la tercera, a la peor de todas. En este momento de la vida me obsesiona la escritura y sólo la escritura, nada más. Es casi lo único en lo que pienso, lo que me pone a suspirar. Parece una contradicción porque es precisamente la escritura la que desencadena la locura de mis fans enamorados pero es inevitable, escribir es lo que disfruto con pasión intensa desde hace más veinte años.
Estoy perdiendo la memoria o el pasado no me importa o no me toca, no sé qué es lo que pasa en mi cerebro, el hecho es que siento que estoy pasando por un momento crucial, lo que mi caja craneana oculta pasa por un proceso que seguramente se ha repetido durante varias generaciones en miembros de mi familia que no conozco y me tiene un poco sorprendida porque presiento que se trata de un viaje hacia lo desconocido.

Mi droga es la escritura

2016 lo consagré casi exclusivamente al estudio de las drogas; traté de imaginar el proceso creativo bajo el efecto del opio, la heroína, el LSD y el DMT. Esas eran las sustancias con las que soñaba alterar mi mente con la intención de ser una verdadera artista; la marihuana, la cocaína y el alcohol no me interesaban mucho y la ayahuasca me asustaba un poco porque sospechaba que podría llegar al mundo de los muertos, imaginaba una experiencia muy desagradable.
Las opiniones de mis confidentes estaban divididas. Iban desde el que me miraba con asombro ante la simple idea de pensar en esas experiencias locas, había gente me que animaba, decían que yo era poderosa y mi escritura lo sería todavía más si me lanzaba a la aventura; otros decían que podría consumir todas las drogas que quisiera y seguiría siendo la misma porque soy una vieja resabiada; otros decían que mi cerebro funcionaba como si consumiera coca, bazuco o fuera alcohólica, que no necesitaba experimentar; otros pensaban que si fumaba opio no volvería a salir de mi casa; otros pensaban que si consumiera drogas sería muy sociable y me enamoraría de la rumba. En fin…
2017 es un año nuevo, hoy es 15 de enero y retomé este blog, estoy más cerca de la música que del estudio de las sustancias de los sueños, las plantas de los dioses, las diferentes formas de estar colocado… y mi mente racional me dice que tal vez lo mejor es no jugar con candela porque en los estudios sobre drogas usan metáforas del tipo la cadena de ocho vueltas, el viaje sin retorno, el placer de dañar al sano, las drogas no dan la creatividad sino el cerebro de quien las consume, sólo dan una especie de realce porque una sustancia no puede producir lo que el usuario no tiene en su cerebro; el cerebro puede simular el efecto de todas las drogas, el opio sabe esperar… Son escasos los Cantos a las drogas, casi todos los adictos sueñan con salir de la cárcel que se han autoimpuesto.
Llevo dos semanas sin leer sobre drogas y escribiendo textos de más de 14o caracteres, de nuevo estoy descubriendo que mi droga perfecta es la escritura porque descargar mi ira, mi risa o mi erudición desde el teclado me produce emociones fuertes. William Burroughs decía que la droga más poderosa es pasar el día entero solo leyendo y escribiendo y creo que tenía razón. Pensar en escribir y luego hacerlo me altera el ánimo como seguramente no lo haría ninguna droga. No voy a experimentar, voy a seguir digitando, no voy a jugar con mi cerebro y la vida que he construido de forma consciente desde hace más de treinta años. Voy a seguir escribiendo de forma frenética y asumo todas las consecuencias de los tiempos pasados:
Censura en Twitter
Amenazas de muerte
Amenazas de ataques con ácido
Matoneo grupal.
La escritura me da vida y es mi droga, expresar lo que siento de todo corazón y con toda mi ira, mi risa o mi generosidad me hacen sentir bien, siento que cumplo como ser humano, sospecho que ese es mi destino porque desde 1979 la pasión de mi vida han sido la lectura y la escritura.
La escritura le da emoción a mi vida. Esas emociones pueden llegar a perturbarme un poco, a enfurecerme de verdad, pero no importa, es peor ser un muerto en vida como la mayoría de la gente, una ciudadana de bien que evita entrar en conflicto con sus compatriotas con la intención de poder caminar tranquila por cualquier calle.
Asumo las consecuencias de mis actos y espero seguir siendo feliz con la droga que más disfruta mi cerebro: la escritura frenética en tiempo real.

El sentido de mi vida

Mi vida ha sido especialmente monótona y lo peor de todo es que me gusta.
Cuando tenía nueve soñaba con escribir poemas y los escribía, claro.
Se los mostraba a la profesora entusiasmada esperando que llorara de alegría al leerlos y la maldita vieja esa me decía indignada:
¡Eso no lo escribió usted!
Me acostumbré a ser La incomprendida. A ser tratada de loca y después de vieja hijueputa.
Cuando cumplí treinta escribí todo lo que pude en Word.
Cuando cumplí cuarenta vomité todo lo que pude en internet.
Ahora -cerca de los cincuenta- lucho como las estrellas muertas, trato de escribir como escribía cuando tenía doce y no, me abandonó la inspiración, perdí la fuerza, se me acabó el entusiasmo. Sospecho que voy a empezar a vivir de los recuerdos como los abuelos con Converse.
Me imagino que la vida consiste en hacer algo muy bueno en algún momento sin ser conscientes de que lo fue y luego luchar el resto de la vida para tratar de rescatar eso que no percibimos mientras estaba pasando porque estábamos muy ocupados escribiendo y tratando de entender cómo funciona la vida.
Me imagino que cuando tenga setenta recordaré con dolor que cerca de los cincuenta se me ocurrían poemas burlescos mientras lavaba la loza y subía corriendo a escribirlos con una mezcla de aburrimiento, risa y pesar porque la vida va pasando y se va haciendo más pesada.

Escritura académica 2017

Después de haber escrito sin parar durante más de veinte años llegué a la siguiente conclusión: el terreno en el que mejor me desempeño es en el de la escritura académica, ensayos sobre teoría y crítica literaria.
En 1996 empecé a escribir ensayos académicos, veinte ensayos a través de los cuales traté de dar respuesta a los grandes interrogantes que me obsesionaban en ese tiempo en relación con la literatura, la teoría y la crítica literaria, el amor, la melancolía, la risa, la lectura, la escritura y la interpretación de textos. Esos ensayos terminaron de publicarse en 2004 y el gran problema tiene que ver ahora con el hecho de que me quedé sin preguntas siendo aún muy joven y entonces no tengo tema de investigación. Hay otros temas que me interesan, claro, pero lo mío tiene que ser una obsesión, una pregunta que me desvele y me afecte la vida. Esos temas dejaron de existir hace mucho tiempo, leo por placer pero no estoy buscando respuestas, las encontré todas antes de haber cumplido treinta años; a esas respuestas me acojo y todavía no me han defraudado.Vivo una buena vida pero me encanta escribir, ese es mi dilema. Mi escritura tiene que ser honesta, no está a la venta ni es para fortalecer el ego, es por el simple placer de ver cómo se van organizando las frases en la pantalla, sincronización total entre dedos y ojos, es decir, placer neuronal. Me gusta darle placer a mi cerebro y lo que más lo satisface es la escritura. No lo creo, lo sé.
Fui bloguera durante diez años y creo que fue ahí, aquí, donde perdí rigurosidad y profundidad; me acostumbré a escribir en tiempo real y ahora Word parece retrógrado, una máquina de escribir manual en tiempos de DOS; mi cerebro se ha modificado, lo que lo emociona hasta el límite es ver como empiezo un texto, lo termino y lo publico ese mismo día, es decir, hoy, mañana es demasiado tarde, ese es el límite del placer cerebral. Si empiezo un texto en Word y lo reviso mañana a mi cerebro le parecerá un texto muerto, he  intentado escribir con calma, puliendo el estilo, tratando de llevarlo al límite, he intentado volver a ser la gran erudita más de diez veces en los últimos cinco años y siempre termino desechando el texto porque me parece un texto sin vida. La escritura en tiempo real termina convertida en arma de doble filo: produce adrenalina pero nos hace sentir culpables y sin compromiso como intelectuales, dolorosamente superficiales.
Sospecho que mi tragedia es una tragedia compartida por personas que escribieron y publicaron antes y después de internet, antes de las redes sociales, YouTube y WhatsApp. Vivimos el día a día y los días se esfuman de forma asombrosa, pasamos el día entero chateando y muertos de la risa leyendo las estupideces que la gente escribe en Twitter, siendo testigo de las olas de indignación de un día.
¿Cuál es el destino de la escritura académica? ¿Muertos casi todos los intelectules del siglo XX debemos acostumbrarnos a la falta de profundidad, a que los grandes temas sean abordados de la forma en que se abordan en las redes sociales?
Este año decidí no volver a comprar libros y eso también es preocupante. Tomé la decisión porque comprar libros se me ha convertido en un vicio y una enfermedad. Compro cien y leo veinte y luego los regalo o los tiro a la basura.