domingo, 12 de febrero de 2017

Carolina Sanín y el peligro de dejarse devorar por el mundo virtual

Me he ocupado de Carolina Sanín desde hace siete años, supe de su existencia en Twitter y a partir de ese momento le he hecho seguimiento a su carrera, a sus actitudes y a su apuesta  estética porque es feminista y porque está interesada en la literatura, como yo. No la sigo porque esté obsesionada con ella, la envidie o la odie sino porque es perfecta para pensar en temas de mi total interés como lo son el campo literario, los intelectuales colombianos, la literatura del futuro  y especialmente internet, cómo se puede afectar la vida personal y laboral cuando los usuarios no son hábiles para navegar en estos mundos en los que no se sabe en qué momento la persona se convierte en personaje y el personaje termina arruinando la vida del sujeto, la vida privada de la persona de carne y hueso que sufre y llora, que siente miedo con todo su cuerpo y  no sabe cómo encaminar de nuevo esa vida real que ha sido tragada por el personaje virtual.
Lo que en algún momento parecía tener forma se desfiguró por completo porque teniéndolo todo (capital social, intelectual, económico, cultural y simbólico) Carolina Sanín asumió la actitud de una joven inocente que no tiene nada sino apenas una cuenta en Twitter o en Facebook y se lanza con furia al vacío con un propósito bien definido: volverse famosa, influencer, emprendedora, empresaria, conseguir novio rico o de la farándula, convertirse en actriz porno siendo periodista, etcétera. La joven inocente y arriesgada apuesta y gana o no gana, si pierde no pierde nada puesto que no tiene nada que perder, no  tiene capital y por eso es arriesgada y pendenciera; hará el ridículo durante una o dos semanas y luego aparecerá la apostadora de turno, la protagonista del nuevo show mediático. Una persona como Carolina Sanín no necesitaba jugar en las redes sociales de esa forma y mucho menos en Facebook, donde la ignorancia, el fanatismo, la zalamería y la desinformación son ley.
Carolina Sanín en muy poco tiempo parece haber acabado con la obra que había construido, con su formación profesional y su desempeño laboral. Terminó poniéndose en contra de la universidad de la que es egresada y de la que luego fue profesora. Eso se llama desde la teoría del campo no saber jugar, no saber mover las fichas, no saber apostar, jugar de forma torpe. Y toda una suma de errores no es más que el fruto de haber sentido que podía ejercer más poder desde un tonto perfil de Facebook que desde el mundo real. Sintió que sus fans y los cientos de mensajes zalameros que recibe cada día tenían más valor que lo que había cosechado en el mundo real, en la realidad ajena a las redes sociales.
Como experta en lectura y escritura en redes sociales cuál es mi consejo para no caer en estos límites absurdos:
Cuando sienta que su vida virtual es más relevante que su vida real, que la gente de carne y hueso y su propio cuerpo, cuando su personaje virtual empiece a ser más importante que el cuerpo que usted habita y ese personaje empiece a afectar de forma negativa su vida real y sus relaciones con otros seres humanos en diferentes entornos, lo mejor es desaparecer de una vez y para siempre de todas las redes sociales, hacer de cuenta que no existen. Muchas personas en el mundo viven perfectamente sin redes sociales.
Cuando sienta que su personaje en internet es más fuerte que usted como persona, como ser humano de carne y hueso que disfruta comiendo, bebiendo, durmiendo, caminando, trabajando y compartiendo la vida con otros seres humanos, lo mejor es desaparecer de las redes sociales de una vez y para siempre, no pensarlo tanto, no seguir arruinando la vida.
Internet produce adicción física y psicológica y puede ser más peligroso que el bazuco, arruina vidas y el usuario debe estar siempre alerta. En este mundo negro donde la persona deja de ser relevante para darle todo el poder al personaje puede caer el niño de siete años y la profesional mayor de cuarenta, no es un asunto simple y no debe ser tratado con ligereza.

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