domingo, 12 de febrero de 2017

Sócrates en el centro comercial

Confieso que me he traicionado a mí misma
Antes de cumplir diez años me hice varias promesas que no cumplí:
Ser estoica como Sócrates:
¿Ves todo lo que hay expuesto en la feria para la venta?
Sí, maestro, muy bonito todo. Muy buenas las promociones de enero.
¡No necesito ninguno de esos objetos, todos son innecesarios!
Vivir toda la vida en la misma casa como Flaubert:
Una persona debe vivir toda su vida en la misma casa, ser parte de ella. Cuando la persona muere deben enterrarla y quemar la casa porque la casa es un objeto vivo, es parte del difunto, no es un simple espacio para vivir.
Ser autodidacta como los verdaderos Maestros:
Para despreciar el sistema educativo no necesité a Sócrates ni a Flaubert porque lo descubrí con mis propios ojos y oídos. Cuando todavía no era bachiller tomé la decisión de no someterme más a esa prisión, a ese espacio creado para uniformar a las personas, para hacerlos dóciles, buenos ciudadanos, para que acojan con cariño y sumisión los aparatos ideológicos del Estado que tan bien explicó Althusser antes de matar a su esposa. La educación sirve para que la gente educada repita la misma historia hasta el infinito: nacer, crecer, estudiar, buscar novio, casarse, tener un hijo, comprar casa, tener otro hijo, comprar otra casa y carro, comprar, tener varias tarjetas de crédito, viajar, comprar en Zara y en Mango, debatir en las redes sociales, defender diferentes Causas, esperar que sus hijos repitan la misma historia, ver crecer a las nietos, morir convencido de que lo hizo todo muy bien y fue un ciudadano ejemplar.
También me prometí no ser esposa abnegada ni madre amorosa y de eso sí me siento bastante orgullosa porque cumplí, claro. Pero en estos últimos días me he torturado pensando que me traicioné a mí misma porque yo quería ser estoica, vivir siempre en la misma casa y no haber terminado el bachillerato (me hubiera gustado tener segundo de Primaria) y me doy látigo todos los días porque me siento como una idiota entre millones de idiotas en el centro comercial. Soy como todos.
Por no haber cumplido esas tres grandes promesas me siento inauténtica, frustrada, fracasada, una idiota entre millones de idiotas, una ciudadana ejemplar, una persona que ha “triunfado en la vida” y se puede constituir en modelo digno de ser imitado y yo no soñaba con eso para mi vida. Pienso en lo que hubiera podido llegar a ser sin tener una casa PROPIA, formación educativa en las mejores instituciones del país, un trabajo digno porque me deja mucho tiempo libre y -en vista de que pagan por trabajar- estar obligada a comprar, a hacer uso de la ganancia en el centro comercial.
Si me hubiera rebelado de verdad sería otra, el camino hacia la escritura hubiera sido mucho más complicado, no tendría los lectores que tengo ni me prestarían la atención que me prestan porque los benditos títulos pesan más que lo que yo pueda decir si sólo tuviera segundo de Primaria, no tendrían valor mis palabras aunque hubiera leído todos los libros que he leído en la biblioteca. En la universidad estuve apenas seis años y esos seis años pesan más que los treinta años como lectora de biblioteca, no es justo ese trato con los autodidactas.

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