lunes, 28 de diciembre de 2015

Fernando Vallejo y la autoficción

Lukács, Goldmann, Bajtin, Bourdieu, Zima, Kristeva, Doubrovsky, Lejeune, Genette, Alberca, Lecarme, Joset, Diaconu…
Para estudiar la obra y la toma de posición  ética, estética e ideológica de Fernando Vallejo se está recurriendo desde hace unos diez años al término autoficción y para comprender al ahora famoso escritor colombiano los expertos -casi todos doctores en Francia o en España- están recurriendo a los clásicos de la sociología de la literatura, la teoría de la enunciación, la semántica, la sintaxis, la pragmática, teorías sobre la modernidad, la posmodernidad, los cínicos, el humor, la ironía, la revuelta, la vida en el capitalismo de ficción, entre otros. Se están escribiendo trabajos de posdoctorado de dos mil páginas para comprender el genio inconfundible de Fernando Vallejo.
¿No es un poco exagerado?
Yo creo que sí.
Como pionera en los estudios críticos sobre La virgen de los sicarios y El desbarrancadero creo que los críticos y los teóricos están llegando demasiado lejos cuando intentan explicar algo que no es tan problemático como ellos nos quieren hacer creer. Tal vez deberían leer el clásico de Alan Sokal titulado Imposturas intelectuales y concentrarse más en los discursos orales de Fernando Vallejo, es ahí donde pueden encontrar las respuestas a casi todos sus interrogantes. Las intervenciones públicas de Fernando Vallejo parten de un texto escrito que ha sido pensado para ser leído en voz alta con la firme intención de crear un efecto en el público y en sus contertulios. Más que la autoficción es la ficcionalización de la oralidad lo que predomina en la totalidad de la obra del autor de La virgen de los sicarios. Lo dije hace quince años y lo vuelvo a decir de nuevo porque sé que no estoy equivocada.
Pacto autobiográfico
Cuando escribí “La virgen de los sicarios como extensión de la narrativa de la transculturación”(2003) pensé que había quedado claro que el autor se proponía hacerle creer al lector que el narrador Fernando es el mismo escritor Fernando que se enamora de Alexis y Wilmar y que en su travesía aprende la jerga de los sicarios y de paso le pide al lector extranjero que la aprenda también. En la teoría sobre la autoficción se hace énfasis en el hecho de que se mezclan tres instancias: autor, narrador, personaje y creo que no es necesario escribir textos complejísimos con fórmulas y cuadros comparativos para comprender algo tan simple como esto:
Fernando Vallejo es un escritor (hombre de carne y hueso) que recurre a la primera persona para escribir libros en los que narra hechos de su propia vida y el narrador tiene el mismo nombre del autor: Fernando. Como lectores sabemos que no todo lo que narra es cierto porque la verdad no la tiene nadie y cada vez que recordamos le damos un nuevo giro a los hechos recordados; si narramos esos mismos hechos  a través de la escritura  haciendo uso de  poderosos recursos estéticos como el humor, la ironía, la comparación, la hipérbole, la lista interminable… vamos a distorsionar todavía más esos hechos y nos encontramos, entonces, en el terreno de la literatura. Casi ningún crítico ha analizado los textos leídos en voz alta y las entrevistas. Esas dos facetas completan la imagen del escritor, que es absolutamente encantadora porque al hombre de carne y hueso, al señor sonriente y amable, le fascina confundir  y escandalizar a los lectores  y oyentes con sus exageraciones, sus listas interminables y sus “malas palabras”.
Contrato de lectura que el autor como sujeto responsable de la enunciación cierra con el lector
Se ha dicho hasta la saciedad que la obra de Fernando Vallejo no admite  términos medios: gusta o disgusta, produce ira o risa, hay identificación total con el escritor o manifestación no disimulada de odio y desprecio a la persona que escribe hasta el límite. Veamos un ejemplo: El narrador de La virgen de los sicarios (Fernando) insulta a un presidente de Colombia en el libro, el columnista Germán Santamaría escribe la columna titulada “Prohibir al sicario” en la revistaSemana y después insulta a Fernando Vallejo en W Radio en presencia de Julio Sánchez Cristo y su respetable audiencia.
Por desgracia ese es el lector típico de las obras de Fernando Vallejo en Colombia. El colombiano más elemental que odia al escritor no ha leído ninguno de sus libros o los ha leído creyendo que el narrador (Fernando) es Fernando Vallejo, se trata de un odio gratuito porque no entiende el pacto narrativo, es un sentimiento que alimenta a partir de los comentarios que ha oído y a la forma escandalosa como a veces lo presentan en los noticieros, que suelen  mostrar sólo una faceta del escritor, la que genera escándalo por una respuesta en una entrevista o por la frase pronunciada en un discurso. El interlocutor se queda con esa faceta, ese fragmento le basta para convertirlo en persona no grata, en persona digna de odio. Se odia al escritor sin haber leído sus libros, se le desea una muerte lenta y dolorosa porque es una persona burda e insensible, esa es la percepción que tiene el colombiano del común y ese es, precisamente,  uno de los propósitos de Fernando Vallejo, hacerse odiar de forma gratuita, sólo para convencerse de la bajeza de la que es capaz un ser humano, los colombianos en particular. Recordemos que La virgen de los sicarios es una historia de amor en el país del odio y que antes de haberse consagrado como escritor no faltaba quien deseaba matar a Fernando Vallejo por ser un mal colombiano, por hablar mal de sus compatriotas desde México.
Autoficción. Pacto ambivalente
Lo que molesta a algunos lectores de textos de la llamada autoficción es el hecho de no saber cuándo habla la persona y cuándo el personaje, cuando miente y cuándo dice la verdad, cuándo exagera los hechos narrados y cuándo omite o distorsiona la información. El lector sabe que le están narrando una historia pero sabe también que muchos de los hechos narrados forman parte de la vida real del escritor. No es autobiografía ni testimonio pero tampoco es narrativa en el sentido convencional. Esa particularidad suele incomodar al lector, que quiere sentirse sobre terreno seguro, como en la novela realista.
Fernando Vallejo tuvo que pedir la nacionalidad en México porque en Colombia el procurador  Alejandro Ordoñez lo quería ver preso por haber escrito contra el Evangelio en la revista SoHo. El texto leído no es un texto más, una interpretación, el punto de vista sobre un tema particular como uno entre varios escrito por un intelectual colombiano bastante respetable, uno de los colombianos más cultos de la actualidad, sino que se trata de  una afrenta personal. Jaime Garzón seguramente soñaba con una apuesta similar a la que representa Fernando Vallejo y terminó asesinado. En Colombia no se ha aprendido a distinguir la persona del personaje, no se ha aprendido a tolerar el humor, la ironía y la exageración. A pesar de ser catalogados como los más felices del mundo el colombiano típico es muy ignorante, muy serio, muy indignado y muy dispuesto a amenazar y a hacer cumplir sus amenazas sólo porque una determinada postura política o estética no es de su agrado. Fernando Vallejo es un sobreviviente. En varias ocasiones, antes de ser famoso, salía en los noticieros diciendo dónde estaba alojado para que fuera el sicario al hotel a darle el tiro en la cabeza, era un hombre mucho más provocador que el Fernando Vallejo actual, decía que quería morir como se muere en Colombia, de un tiro en la cabeza y en la absoluta impunidad.
Autodefinición frente al otro y para el otro, es decir, un acto de comunicación
Una persona escribe porque tiene algo que comunicar y tiene derecho a hacerlo en los términos que considere son los más convenientes, sea pensando en el propósito del proceso comunicativo o en fines estéticos. Nadie debe ser amenazado, encarcelado, sometido al  exilio, la tortura o el asesinado por presentar sus puntos de vista a través de la escritura, por poner a consideración del público su versión de la verdad y de la vida. Así de simple.
Las quejas de los detractores de la posición asumida por Fernando Vallejo como escritor y como figura pública son simples y contundentes: asumen un aire de superioridad o de falsa modestia, de personas educadas, comprensivas, tolerantes y compasivas, de colombianos de bien, en pocas palabras lo que quieren es que se calle porque
¿Qué derecho tiene usted a decir lo que dice?
¿Acaso usted es perfecto?
¿Si la vida le parece una carga por qué no se mata?
¿Si usted no quiere tener hijos por qué no deja que otros los tengan y sean felices?
¿Si no le va a solucionar los problemas a los colombianos por qué mejor no se calla?
Si Colombia le parece tan mala patria no regrese, mejor quédese en México para siempre rumiando su amargura…
Dinamitar los viejos códigos para sorprender al que leyera
Fernando Vallejo es un gran provocador y en la medida en que más provoca más goza, ríe ante la furia de su interlocutor y a medida que pasa el tiempo habla más fuerte y es más implacable. Dice tantas verdades y de forma tan exagerada que hace reír a quien comprende su apuesta estética; quien no lo comprende lo desprecia cada día más.
Si el discurso provoca indignación el orador logró el propósito porque es mucho más elaborado el texto cuando ha sido escrito para ser leído en voz alta que cuando no aparece el hombre como presencia. Uno de sus últimos discursos -cuando fue invitado a hacer propuestas sobre el actual proceso de paz en Colombia- fue demoledor, incomodó a sus compañeros de mesa y ningún político salió bien librado. Busca enunciar su versión de los hechos, su visión de la vida y del futuro de Colombia pero también quiere hacer estremecer a su interlocutor.  Le da forma cabal a  uno de los grandes propósitos de la autoficción: exagerar de tal forma su discurso que al lector o al espectador le queda la duda acerca de la identidad y la verdad definitiva. ¿Quien habla es el escritor, el narrador o el personaje o es siempre una fusión de las tres instancias?
Queda pendiente porque estoy cansada:
La autoficción problematiza toda realidad que se presenta bajo la apariencia de una certeza inmutable.
El yo, a pesar de ser fragmentado, frágil, difícil de aprehender, es a la vez lo único importante y cierto, la única fuente de verdad.

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