domingo, 6 de diciembre de 2015

Ni amor ni odio

Los mejores afectos con frecuencia me irritan desmesuradamente. ¿Me comprenderás hasta el final, soportarás el peso de mi tedio, mis manías, mis caprichos, mis desánimos y mis coléricas mudanzas?
Gustave Flaubert a Louise Colet
Mi vida es casi tan triste como la del pobre Flaubert porque los mejores afectos con frecuencia me irritan desmesuradamente y poca gente entiende un sentimiento como ese.  Cuando los rechazo porque me admiran sin medida se molestan y algunos terminan odiándome, me odian porque no admito la admiración desmedida. Es extraño. Creen que estoy obligada a agradecer la admiración y a mí la admiración me desarma, me hace sentir culpable porque no soporto tener club de admiradores. ¿Será porque mucha gente admirada por muchos es gente despreciable? ¿Será porque la admiración le quita libertad al admirado y lo aleja de aquello que lo hacía digno de admiración? ¿Será porque muchas personas admiradas se convierten en personas vanidosas que terminan valiendo más como presencia que por su obra? Debe ser triste que se imponga la presencia.
La admiración desmedida sorprende tanto como el odio concentrado porque ningún ser humano debe doblegarse ante otro ser humano y porque ningún ser humano debe sentirse con el derecho a odiar y aspirar a hacerle daño a otro ser humano sólo porque no comparten puntos de vista. Se puede tener una opinión favorable o desfavorable de alguien y esa opinión puede ser o no aceptada, pero una opinión, un texto escrito, un discurso, no puede conducir al fanatismo ni al deseo de destrucción de quien lo escribe porque la escritura no se corresponde siempre con la persona que escribe y porque los textos escritos precisan de tiempo (en algunas ocasiones más de cien años) para saber si quien los escribió estaba equivocado o no. Si estaba equivocado su yerro no debe convertirlo en víctima y los lectores no tienen ninguna autoridad para asumir el papel de verdugo. Lo digno sería que manifestaran su inconformidad a través de un texto escrito, para que haya paridad.

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