domingo, 6 de diciembre de 2015

La historia debe pedir ser contada

Desde hace más de cinco años he tratado de escribir un texto en Word y nunca paso de la página diez. No paso de la página diez y el texto no se convierte en post, lo termino desechando sin pena ni pesar. Me pregunto por qué no puedo escribir textos de más de diez páginas si esa era mi especialidad y la respuesta tiene que ver seguramente con los ritmos de escritura y con su propósito. Me acostumbré a escribir directamente aquí y parece que es imposible regresar a la forma de escribir de antes. Sólo puedo escribir como lo piden los grandes maestros: llevada por un impulso, por algo que me dice escriba sobre este tema y no sobre otro. Hay una voz que me dice: escriba ya, si deja pasar el tiempo se le va a esfumar la idea y las frases que le rondan por la mente desde hace varios minutos.
Cuando me dejo llevar por ese impulso me gusta el resultado. Las mejores ideas se me pasan por la mente cuando me despierto y mientras camino. Si la idea se me ocurre dormida me despierto, pienso cinco minutos y me dispongo a escribir el post; si la idea se me pasa por la mente mientras camino empiezo a imaginarme las frases en el trayecto, pienso en el título del texto y en la estructura. Abro la puerta, prendo el computador y empiezo a escribir. Siempre tiene que ser así.
Este post se me pasó por la mente mientras preparaba un café. Recordé a Freud, a Marguerite Duras y a Virginia Woolf. Sus cartas y sus ensayos donde explican cómo escriben, cuál es el método y qué los impulsa a escribir. Casi todos los grandes escritores coinciden en que las historias o los temas no se escogen de forma racional sino que aparecen de la nada y no hay que dejarlos ir. La nada en realidad no es la nada sino el resultado de un proceso intelectual que requiere calma y mucho tiempo libre; es importante  pensar en  libros, en autores, relacionar lecturas y recordar pasajes de los libros favoritos de memoria. Es preciso pasar el día pensando -de forma natural- en aquello que se lee, no en aquello que se vive o en la vida de los demás. Pensar en la vida de los escritores y no en la de los vecinos, colegas o familiares.
Sin tiempo libre debe ser complicado escribir textos meritorios. Hay algo en el cerebro que pide lecturas sofisticadas y luego tiempo libre para digerirlas con calma. La mayoría de los grandes escritores no trabajaron o trabajaban muy poco. Ese es el secreto.
Hasta ahora estoy entendiendo a los autores que piden llevar siempre una libreta para anotar las ideas que fluyen. Cuando estoy lejos, cuando sé que tardaré varias horas en regresar y se me pasan ideas por la mente lo que hago es anotar el título. Siempre parto del título para escribir un post. Primero pienso en el título, luego en la estructura del texto, después me imagino las frases y luego escribo. Escribo de forma automática, muy rápido y sin orden y luego leo desde el comienzo y organizo los párrafos. Publico el post y sigo revisando. Luego lo leo en el teléfono. En el teléfono se detectan errores que no se ven en la pantalla del computador. Me imagino que si imprimiera los textos descubriría nuevos errores, pero no es necesario exagerar. Lo leo dos o tres días consecutivos para que  se incruste en mi alma y se convierta en sangre y entonces  me quedo con la sensación que me dejó la lectura de ese texto y ese texto se suma en mi cerebro a los más de dos mil textos que he escrito en los últimos diez años.
Estoy cumpliendo a cabalidad el plan de escribir para leer y la experiencia ha sido satisfactoria. La Idea consiste en convertirme en mi propio clásico.

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