martes, 22 de marzo de 2016

Colchón de perro

Hace once años compré  un colchón y una cama para dormir; los compré sin pasión ni amor porque comprar ese tipo de objetos no me genera ningún tipo de placer. He pasado grandes noches en esa cama y sobre ese colchón pero algo me dice que ya es hora de cambiarlos. He planeado desde hace dos o tres años sacar tiempo y hacer la compra sin pensarlo mucho pero en el último minuto algo me detiene, debe ser porque he dormido bien ahí y mi cerebro parte del siguiente principio: “Si  funciona bien no vale la pena modificarlo. Elsy, no pienses en un colchón que no te causa problemas, concéntrate en una tarea más digna de ti y de tu grandeza”.
No estoy obsesionada con el cambio y la novedad sino con lo estable. No es cariño, apego, tacañería ni nostalagia, no tiene que ver con la relación que establezco con los objetos, es porque no establezco relaciones con los objetos, prefiero concentrarme en otras cosas, en cosas que no son objetos. Me gusta que mi sensación de bienestar no dependa de los objetos que me rodean sino de realidades internas: ideas, recuerdos, sensaciones y sentimientos. Preferiría encontrar el café perfecto en vez de la cama perfecta, la mejor película en vez de la mejor cama, la mejor conversación en vez de las mejores cortinas.
Sólo necesito un lugar para vivir, los objetos que convierten una casa en un hogar no me importan mucho. Lo que importa no es dónde duermo sino cómo duermo y duermo muy bien en esa cama de perro. Tenía decidido ir hoy por el colchón, no alargar más la espera, pero anoche dormí tan bien que me siento culpable con la cama y con el colchón, me acuerdo de las frases de Séneca sobre las camas y sobre los sueños y me acuerdo también de las categorías valor de uso y valor de cambio y me da por pensar que no importa cómo sea la cama y cómo sea el colchón sino cómo duermo en esa cama y en ese colchón y yo creo que duermo muy bien.

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