lunes, 7 de agosto de 2017

El ser humano y su ceguera

El parresiasta debe firmar sus dichos, tal es el precio de su franqueza. Revela y devela lo que la ceguera de los hombres no puede percibir, pero no levanta el velo que oculta el futuro. Levanta el velo de lo que es. El parresiasta no ayuda a los hombres a franquear de cierta manera lo que los separa de su porvenir, en función de la estructura ontológica del ser humano y el tiempo. Los ayuda en su ceguera, pero en su ceguera acerca de lo que son, acerca de ellos mismos, y por lo tanto no de una estructura ontológica sino de alguna falta, distracción y disipación moral, consecuencia de su desatención, una complacencia o una cobardía. Y es allí, en el juego entre el ser humano y su ceguera arraigada en una desatención, una complacencia, una cobardía o una distracción moral, donde el parresiasta cumple su papel, un papel de develador.
El parresiasta dice las cosas lo más clara, lo más directamente posible, sin ningún disfraz, sin ningún adorno retórico, de modo que sus palabras pueden admitir de inmediato un valor prescriptivo. El parresiasta no deja nada librado a la interpretación. Es cierto, deja algo por hacer: deposita en aquel a quien se dirige la dura tarea de tener el coraje de aceptar esa verdad, de reconocerla y hacer de ella un principio de conducta.
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