lunes, 7 de agosto de 2017

El vino del asesino

Mi primer contacto con el alcohol fue hace casi cuarenta años, de la forma más inocente, sin restricciones de ningún tipo y en plan familiar. En mi casa tenemos el gen del borracho y lo hemos administrado muy bien, no he asistido al grupo de Alcohólicos Anónimos y nunca se me ha pasado por la mente asistir porque desde que tengo uso de razón sé lo que es la templanza porque leí en la infancia a Plotino y a Milton y ellos son mis Maestros.
Aunque aspiro a la santidad todos sabemos que en las iglesias se bebe mucho vino. Bebo desde hace mucho tiempo pero no tengo problemas con el alcohol y la meta es no renunciar a este placer mientras tenga vida y el estómago me aguante.
Como me gustaba leer y me gustaba el sabor y la sensación que me producía el alcohol, leí este poema de Baudelaire hace mucho tiempo y quedé tan fascinada como cuando era niña, tenía gato y leía los poemas que este mismo maestro le componía a estas fieras en miniatura para compararlas con las mujeres.
De la colección de los poemas al vino este es mi favorito de todos los tiempos, me lo sé de memoria desde 1979.
Con ustedes: El vino del asesino.

¡Ya se murió, por fin, y quedé libre!
Ahora sí me pondré borracho en serio.
Qué manera de romperme los oídos
cada vez que yo volvía sin dinero.

Soy tan feliz como si fuera un rey;
el aire es puro, el cielo es admirable…
Y pensar que fue un verano semejante
aquel en que me enamoré de ella.

La horrible sed que me destroza,
para calmarla sería necesario
tanto vino como el que cupiera
en su sepulcro – lo cual no es decir poco.

Yo la arrojé al fondo de ese pozo,
yo mismo fui tirando sobre ella
todas las piedras que pude encontrar cerca.
Comienza el desafío de olvidarla.

En nombre de los tiernos juramentos,
de los que nada puede desligarnos,
y con la excusa de reconciliarnos,
y regresar a aquellos buenos tiempos

de la embriaguez primera, le pedí
que viniera a una cita por la noche.
Y ella vino, nomás, la pobre loca.
¡Todos estamos más o menos locos!

Ella aún conservaba su belleza
aunque ya un poco ajada. En cuanto a mí
la amaba demasiado: suficiente
razón para decirle: Has de morir.

No podrán comprenderme. ¿Ni siquiera
de entre tantos estúpidos borrachos
uno que sueñe en las noches mórbidas
con hacer del vino una mortaja?

Toda esa crápula que se cree invencible,
como si fueran máquinas de hierro,
ningún verano y ningún invierno
jamás supo en verdad qué es el amor,

con sus encantamientos de negrura,
con su cortejo de gritos de ultratumba,
con su veneno en frascos, con sus lágrimas,
con el chirriar de cadenas y osamentas.

Y aquí estoy pues, sin trabas, solitario.
Y por la noche me agarraré una tranca,
ya sin temor y sin remordimientos,
hasta caer en tierra sin remedio,

para dormir a pata ancha como un perro.
Y que las ruedas  pesadas de los carros,
cargados como están de piedra y barro
o un tren implacable, lo que sea,

revienten mi cabeza de culpable,
o me corten el cuerpo por el medio:
lo mismo me da reírme de ellos,
que de Dios, que del cielo, que del Diablo.
baudelaire

No hay comentarios:

Publicar un comentario