miércoles, 5 de agosto de 2015

Sin sentimientos

Cuando era niña sabía que viviría pensando en la edad que tengo ahora para jactarme ante mi prójimo de mi forma de vivir, para verme como un ser superior caminando en medio de los pobres mortales perdidos y adoloridos en medio de su propia confusión.
Me siento como una especie de dios o como un oráculo y puedo reírme a mis anchas de lo mal que viven los demás y de lo bien que vivo yo porque los demás se han dejado arrastrar por la vida mientras yo viví cada minuto con la plena conciencia de lo que quería y de lo que no quería.
Puedo decir con Amado Nervo:
Vida nada me debes
Vida estamos en paz
En este momento la muerte
No me caería nada mal.
Ahora quiero mucho menos que antes y he llegado a un límite de insensibilidad con el que soñaba para después de los sesenta, el milagro se ha dado a los cuarenta y cinco. Es extraño.
No quiero nada, no deseo nada, no amo a nadie, no siento el vacío en ninguna de sus expresiones. Me despierto a las siete de la mañana, me pregunto qué día es hoy, me levanto, me tomo un tinto, salgo a caminar, desayuno, regreso a la casa, tomo té, almuerzo, descanso, salgo a caminar de nuevo, regreso, tomo té, me acuesto, duermo toda la noche y me vuelvo a levantar de nuevo… ese el resumen de casi todos los días de mi vida.
Y vivo sin sentimientos.
Simplemente vivo y ya. Nada me afecta, nada me toca, si aparece algo que debería ser tomado como una tragedia sólo puedo reír. Mi risa me recuerda la risa del ángel caído de El paraíso perdido de Milton y la risa con la que soñaban dos gigantes: Baudelaire y Nietzsche, la risa del dios satisfecho y la risa del cuerdo que no quiso volverse loco porque es muy inteligente.
He logrado ser la síntesis de todo esto. Soy simplemente admirable, De tanto repetir estas palabras terminé convirtiéndolas en parte de mi ser:
Autoidolatría.
Hablar sin pasión.
Potencia de la idea fija.
Supernaturalismo e ironía.
Armonía poética del carácter.
No dramatices nunca, simplifica siempre.
Contar altisonantemente cosas cómicas.
Si intentas gustar acabarás rebajándote.
Todo lo que es profundo ama la máscara.
Siempre se pierde algo al darse al público.
Sólo el oprimido sabe lo que es el espíritu.
A la larga sólo el bien es digno de atención.
De lo sublime a lo ridículo sólo hay un paso.
El restablecimiento y perfección de la salud.
La franqueza absoluta. Medio de originalidad.
Amplia sonrisa en un hermoso rostro de gigante.
Lo que es ligeramente deforme parece insensible.
El hombre acaba por parecerse a lo que quisiera ser.
Hay en nosotros algo más profundo que el cerebro.
En cuanto nuestro corazón se enternece se debilita.
Dos excesos: excluir la razón, no admitir sino la razón.
El efecto de la sabiduría es una alegría siempre igual.
Una opinión imparcial carece siempre y en absoluto de valor.
No hay más verdad que la fuerza, que es la justicia suprema.
Quien desee dominar a los otros no puede dejarse escandalizar.
Saluda también con los ojos o con una sonrisa. Nunca con la boca.
Yo he sido muchacho, muchacha, planta, ave y pez mudo del mar.
Muchas cosas que causan terror de noche, el día las torna ridículas.
Las personas interesantes (por decirlo así) son siempre un poco brutales.
El mundo quiere ser engañado. Y se pondrá seriamente furioso si no lo haces.
¿Cuándo eres realmente viejo? Cuando ya no te causa placer tener un público.
La suprema adquisición de la razón consiste en reconocer que hay una infinidad de cosas que la sobrepasan.
No veo sino infinitos en todo, que me encierran como un átomo, y como una sombra, que no dura sino un instante y ya no vuelve.

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