domingo, 26 de julio de 2015

Carta abierta a Andrés

Habíamos acordado que terminado nuestro romance se acabarían los escritos sobre nuestra linda historia de amor que a tanta gente le gustaba porque estaba muy bien narrada y la documentábamos con fotografías que nos tomábamos nosotros mismos para convencer al público de que éramos reales, gente de carne y hueso, personas felices y realizadas en la vida que saboreaban con placer cada momento.
Éramos una pareja común pero gracias al poder de la palabra, lo que llaman literatura, los lectores se entusiasmaban compartiendo la historia de nuestra vida. Vivíamos la vida y la compartíamos con los demás, ese era nuestro privilegio, teníamos nuestro propio público, éramos capaces de ponerlos a soñar con un amor tan bonito como el que vivíamos los dos.
Mucha gente que me conocía me preguntaba por Andrés, querían saber si era real, si era tan encantador como lo imaginaban, yo siempre les decía que sí, que era tal y como lo describía. Los dos sabíamos que exageraba un poco, que lo hacíamos ver todo bonito, que omitía los detalles poco dignos para no echar a perder el carácter de los personajes y la estructura de la historia, queríamos presentarla como una bella aventura de cuento de hadas y los dos llegamos a creer que era el mundo perfecto, como en el cine, que disfrutábamos tanto.
Nos gustaba soñar que estábamos viviendo nuestra propia película porque al comienzo nos sentíamos así, como en nuestras películas favoritas. Y éramos supersticiosos. Durante varios años llegamos a creer que teníamos una misión, que dos personas tan particulares como nosotros no pudieron encontrarse por casualidad. Pasaron diez años y descubrimos que no había ninguna misión, que había que despertar del sueño y buscar horizontes nuevos con otras personas porque nosotros éramos unos irresponsables que terminaron en un punto muerto. El cuento de hadas empezó a parecer una película de terror.
No podíamos continuar riéndonos de la vida, jugando con los perros en el parque y apostando en el casino. No podíamos seguir viendo la misma película para luego repetirla de memoria y reír como niños, porque no éramos niños. La infancia había quedado atrás hace mucho tiempo. No podíamos seguir así porque había dejado de ser divertido.
Tres años de convivencia nos sumieron en la rutina y el desamor. Vivíamos sin pasión y sin ilusiones. Los dos pensamos que era necesario dar el gran paso, darle un nuevo rumbo a nuestras vidas y lo dimos. No fuimos cobardes como la mayoría de los seres humanos. Hasta el último momento nos reímos de la vida, nos parecía un chiste que yo volviera a ser una mujer soltera y usted también. Ahora hasta tiene novia y los dos deberíamos celebrarlo porque usted es mucho más joven que yo, en alguna medida le robé sus mejores años, de eso soy consciente, siempre lo fui. Trece años de diferencia me hacían ver como una abusadora de menores y usted no puede quedarse diez años olvidando nuestra bonita historia de amor sino que debe aprovechar al máximo la juventud y la vitalidad que todavía conserva. Yo estoy más cerca de la vejez que de la juventud y no quiero empezar un nuevo romance tan pronto porque no es sano, recuerde que soy experta en el amor y en el duelo y la melancolía, necesito más tiempo para digerir las experiencias.
Tal vez termine casada con la lectura, ese ha sido el gran amor de mi vida. Dos amores largos con hombres amorosos, sensibles y apasionados vividos a conciencia me dejan bastante satisfecha.
Diez años de felicidad no se borran de un plumazo, los dos estamos de acuerdo en eso, más si los dos estábamos convencidos de que nos sentíamos bien uno al lado del otro. Soñábamos con que un gran amor podría convertirse en una gran amistad pero al parecer es imposible, tal vez porque sólo pasa en las películas o en las personas que se conforman con amistades imperfectas. Ya sabe que prefiero no tener amigos a tener amigos a medias, personas con las que no se puede hablar con transparencia.
¿Por qué escribo esta carta para todos?
Porque hoy sentí que usted teme que lo convierta en mi nuevo objeto de estudio y empiece a escribir sobre usted como he escrito sobre otras personas que me resultan odiosas o ridículas. No lo voy a hacer, no voy a desdibujarlo porque no vale la pena, porque la historia es tan bonita que no vale la pena echarla a perder. No quiero que viva con el temor constante de que voy a ejercer una especie de venganza con el arma que mejor domino: la escritura.
Usted y yo nos conocemos como pocas personas pueden llegar a conocerse, durante diez años compartí con usted mis estrategias narrativas, casi siempre le contaba sobre qué iba a escribir y cuál era la reacción que esperaba de los personajes de la historia, leía los escritos en voz alta y reíamos de nuevo como niños porque cuando escribo sobre la gente ridícula me domina la risa. Es inevitable.
No soporto la idea de inspirar miedo en las personas que aprecio, discúlpeme por haber sido tan franca en la última semana, esa franqueza no pasará de lo privado a lo público. Lo más sano es conservar los mejores recuerdos y no temer actos dobles de parte de ninguno de los dos. Somos personas nobles y dulces y eso es lo que de verdad importa. Le deseo lo mejor de todo corazón y espero que este sí sea el último post en el que mencione su nombre.
Si algún día llego a escribir en contra suya merezco el repudio de la humanidad entera porque no es noble despellejar a las personas que nos hicieron felices y yo fui muy feliz con usted.
Eso era todo.

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