viernes, 24 de julio de 2015

Cioran y Bukowski: desesperados por la fama como todos los demás

La mayor parte de la gente que escribe aspira a la inmortalidad y espera generosidad y compasión de parte de la suerte, de Dios, de los críticos, de los amigos y admiradores, de las musas. Todo depende del momento y del contexto.
Es imposible saber cuántos verdaderos grandes maestros alcanzaron la inmortalidad porque el tiempo es caprichoso y lo que es importante hoy puede no serlo mañana.
Como es de suponerse me gustan los autores auténticos o los que tratan de serlo, los que han fingido mejor, los que han luchado contra la miseria de su época y los que se han revelado ante la tontería y la gente tonta con la que les ha correspondido vivir la miseria llamada realidad real, el desagradable tiempo que se sufre minuto a minuto, hora tras hora.
Quienes han tenido el poder de describir la tontería que les ha correspondido vivir lo han hecho con el mejor estilo y por eso son los mejores, porque en escritura lo que importa es el estilo, nada más, todo lo demás es tontería.
En el siglo XIX Flaubert y Baudelaire; en el siglo XX Cioran y Bukowski. Ellos son los grandes maestros. No hay quien lo dude. Ni siquiera yo.
A Flaubert y a Baudelaire me he acercado desde hace mucho tiempo y, claro, son los mejores, son los maestros. Los dos padecieron la miseria de haber sido juzgados por la chusma de su tiempo. La gente decente hubiera deseado el peor final para estas bestias decadentes e irrespetuosas.
Con Cioran y con Bukowski fue diferente:
Siempre he huido del gusto de la chusma y la chusma colombiana delira por Bukowski y por Cioran y, claro, los toman como modelo. De Bukowski les gusta el hecho de que haya sido un borracho, machista y cerdo y de Cioran la faceta de parásito de universidad pública que comió gratis hasta los cuarenta años y malvivió en hoteles de caridad por gusto, porque el hombre que no dormía y que gozaba hablando con las putas y con los vagabundos, tampoco quería trabajar. Eso es lo que las jóvenes generaciones toman para sí, lo que tratan de imitan al pie de la letra y, claro, muchos lo logran porque es muy fácil vivir una vida de esas, es muy fácil. En cuanto les sea posible, los poetas malditos de Bogotá son un poco como Cioran, un poco como Bukowski.
No aspiro ni aspiraré a ser como este tipo de gente, a ser una especie de desecho social y por eso los vine a leer después de los cuarenta. No sé en qué momento ni por qué terminé leyendo a Cioran y a Bukowski pero el hecho es que me tienen convencida de que son grandes escritores. El convencimiento no me llega transmitido a través de la voz de los vagos y los borrachos sino gracias a la lectura de los libros. Me gustan, son divertidos, tienen bueno gusto y escriben muy bien, los dos escriben muy bien. Pero hay algo que me atormenta: estaban desesperados por la fama como todos los demás y lo disimulaban muy bien.
Cioran se jacta de ser el hombre sin biografía, de no conceder entrevistas, de no aspirar a ser un escritor famoso, pero la biografía es clara -no falta nada, ningún detalle para conocer completo al personaje-, concedió más de treinta entrevistas a lo largo de su vida y escribió tantos libros que se dio el gusto de revisarlos, comentarlos y firmarlos para sus admiradores. Y lo peor de todo: estaba preocupado, quería saber si sería famoso en el futuro, si sus libros caerían en mis manos, si su nombre figuraría al lado del nombre de Eliade, Beckett, Sartre, Camus y demás vendedores de libros de su tiempo.
Bukowski es un poco más rebelde pero también tenía miedo, vagaba no sólo buscando mujeres y bares sino que buscaba también revistas, muchas revistas para publicar sus poemas, vendía libros, se exhibía en público, firmaba libros, hablaba de su obra y sufría pensando si su nombre figuraría al lado del de sus contemporáneos. Como Cioran.
Los dos tienen la fuerza, el templo, la furia ante la vida pero los vencía el miedo al vacío, la sensación de que serían olvidados en el futuro, de que no quedaría nada de ellos, ni la obra ni el recuerdo de su rebeldía. El intento de estos hombres es válido pero es triste imaginarse que eran gente común preocupada por la gloria y el honor, obsesionados con la idea de compararse con los demás para estar seguros de su propia valía, demostrándose a sí mismos y a la humanidad que no fueron otro idiota más que pasó por la vida como la mayor parte de la gente: como perros y como gatos, en la total inconsciencia y con la seguridad de que fueron imprescindibles.

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