sábado, 25 de julio de 2015

Te amo pero vivo contigo

El amor es el pretexto para la reproducción y por eso es tan importante para todos aunque no estemos en edad de reproducirnos o hayamos decidido no hacerlo como cualquier marrana gorda. Porque supimos separar el amor de la reproducción, porque no nos dejamos engañar por la sociedad ni nos dejamos manipular por el impulso de la vida que motiva a todos los seres con órganos sexuales diferenciados a mezclarse unos con otros -aunque no crean en el amor-, a reproducirse como cualquier otro animal. La mayoría se reproduce de manera ciega, se divierten de lo lindo convirtiendo dos en tres y presentando el hecho como milagro, proeza o fruto del amor en Facebook y en Instagram. ¡Qué asco!
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Los seres privilegiados que nacimos con el don para creer en el amor romántico lo cultivamos con mucho empeño porque la idea que tenemos del amor es lo que mejor nos define, casi más que la idea que tenemos de Dios, la Belleza o la Bondad.
¿Pero qué es el amor romántico?
Vayamos a Wikipedia:
"El amor romántico es uno de los modelos de amor que fundamenta el matrimonio monogámico y las relaciones de pareja estables en las culturas modernas, principalmente las occidentales.
El amor idealizado es considerado como un sentimiento diferente y superior a las puras necesidades fisiológicas, como el deseo sexual o la lujuria, y generalmente implica una mezcla de deseo emocional y sexual, otorgándole, sin embargo, más énfasis a las emociones que al placer físico, a diferencia del amor platónico, que se centra en lo espiritual. Algunos analistas recientes1 inciden en que las características más señaladas de este tipo de amor se confirman y difunden a través de relatos literarios, películas, canciones. Se trata de un tipo de afecto que, se presume, ha de ser para toda la vida (te querré siempre), exclusivo (no podré amar a nadie más que a ti), incondicional (te querré pase lo que pase) e implica un elevado grado de renuncia (te quiero más que a mi vida)".
El amor romántico es incompatible con la convivencia porque ésta le resta poder a la emoción del encuentro, al deseo de ver al ser amado, a permitirnos el placer de soñar con los momentos que se compartirán esa próxima vez que se espera con emoción e intensidad. Con la convivencia se acaba la novedad, es una especie de ¡Sí! ¡Te amo!, pero tanto como a mi hermana o a mi mejor amigo, somos felices haciendo mercado, comprando ropa para los dos, en las salas de cine, en el parque jugando con los perritos y riéndonos en la cara de la gente como niños, viendo televisión y burlándonos de todo y de todos.
Pero tanta dicha, tanta pasión compartida, tantos maravillosos momentos que hemos vivido juntos, yo a tu lado y tú al mío, se convierten en una maldita rutina que me hace olvidar que un día te amaba tanto que deseaba vivir contigo para no cansarme de contemplarte cada mañana, cada atardecer y cada noche.
Julio Ramón Ribeyro tenía razón. La convivencia mata el amor. Uno se convierte en la mejor amiga o en la hermana del novio y eso no es justo:
El gran error de la naturaleza humana es adaptarse. La verdadera felicidad está construida por un perpetuo estado de iniciación, de entusiasmo constante. Y aquella sensación sólo la producen las cosas nuevas que nos ofrecen resistencia o que aún no hemos asimilado. El matrimonio destruye el amor, la posesión mata el deseo, el conocimiento aniquila el placer, el hábito la novedad, la destreza, la conciencia. Ser el eterno forastero, el eterno aprendiz, el eterno postulante: he allí una forma para ser feliz. Un fórmula sin embargo difícil. La naturaleza humana reclama la estabilidad. La estabilidad en el amor, en la residencia, en el pensamiento. Hay en nosotros una pesada carga de sedentarismo que nos obliga a vivir en un sitio, querer a una mujer, pertenecer fiel a una ideología. Y esto es terrible pero necesario. Necesario porque tiene sus compensaciones, y porque hace posible, además, la vida social. El nomadismo, como lo concibo -geográfico o intelectual- produciría una sociedad anárquica y primitiva, construida por hombres egoístas y dispersos.
Quién sabe, sin embargo, si esto será lo mejor. Por lo menos cada uno seria feliz -lo creo al menos- y ésta es ya una razón suficiente.

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