domingo, 26 de julio de 2015

La loca Elsy

Desde 1979 han tratado de ofenderme usando la palabra loca para referirse a mí y esa palabra nunca me ha ofendido, más bien me ha sorprendido porque siempre he sentido que soy una persona dominada por la cordura y el buen juicio. Parezco el proyecto del humano perfecto. Varias veces me han dicho que estoy más allá del bien y del mal. Una loca que está más allá del bien y del mal, eso es muy gracioso.
Cuando era niña y me decían que era loca sospechaba que me lo decían porque no me gustaba jugar sino caminar, no soportaba la violencia de los juegos infantiles, lo que me gustaba era mirar los dibujos que había en los salones del colegio y caminar por unos pasillos angostos, pasillos y callejones, siempre los mismos. Desde niña gozo caminando siempre por los mismos caminos porque la rutina es encantadora, todavía lo hago: todas las mañanas a la misma hora durante una hora camino siempre por el mismo camino y veo como crecen las ramas de los árboles, como florecen y mueren las formas de la naturaleza, como envejecen los perros del vecindario.
Cuando estaba en bachillerato me decían loca porque odiaba todo en el colegio, estaba dominada por la indisciplina y hacía exactamente lo contrario, no lo que los profesores y coordinadores esperaban que hiciera. En el colegio con sus filas, uniformes, puertas cerradas, horarios estrictos, consejos a la juventud, izadas de bandera, tareas y direcciones de grupo me sentía en una cárcel. Nadie tenía fe en mí, esperaban un final infeliz, pensaban que era una oveja descarriada, un caso perdido, una persona mal orientada. Y no, nada de eso, lo único que quería era escapar de esa prisión para encerrarme a leer en la biblioteca, quería ser autodidacta, no quería ser bachiller, odiaba la educación formal. Y todos pensaban que estaba loca, pero no. Luego supe que sin leer a Althusser había descubierto a través de la amarga experiencia que el sistema educativo es un modelador de mentes, un aparato ideológico de estado y supe también que la mejor alternativa era resistir y, entonces me sentí orgullosa de mi actitud y sentí pena por los mejores estudiantes, por los mejor educados, por los que izaban bandera, ganaban becas y leían discursos de agradecimiento el día en que se graduaban de bachilleres.
Cuando conocí a mi primer amor me trató de loca y de bruja al final del romance. Ese día supe que ese pobre hombre estaba muy enamorado y no podía explicar de forma racional la naturaleza de sus sentimientos. Cuando es el ser amado el que me dice loca me emociono más porque siento que lo que lo impulsa a decirlo es la confusión, el hecho de no saber exactamente cuál es la naturaleza de sus sentimientos. Y es porque cuando amo a una persona lo hago de todo corazón y no debe ser fácil escapar de esa locura. Era loca porque no me quería casar ni quería tener hijos. Nadie lo podía creer. La sociedad entera esperaba que la pareja perfecta sellara su idilio, su mundo perfecto, en la iglesia, ante los ojos de Dios; esperaban que tuviéramos dos o tres hijos y fuéramos felices para siempre. Yo no aspiraba a eso, yo quería amor, no quería pensar en el otro aparato ideológico de estado: la familia. En esa época todavía no había leído a Althusser y también descubrí que no quería darle gusto a la sociedad, quería amor, no quería ser la esposa perfecta, no quería ser buena cocinera, madre ejemplar ni buena vecina, quería seguir leyendo y todos pensaban que estaba loca porque había encontrado al amor de mi vida y lo había dejado ir. El ahora es feliz, tiene esposa gorda y una hija. No fue tan cierto que le dañé la vida como me lo dijo una vez gritando y llorando de ira e indignación.
Cuando terminé la maestría la gente pensaba que estaba loca porque no quería ser doctora, porque no quería viajar, porque no quería investigar, porque no quería publicar libros, porque no quería ser conferencista, porque no quería ser profesora de tiempo completo en una universidad prestigiosa si era un hecho que tenía todos los méritos para ser una intelectual exitosa, una figura digna de ser llamada por los medios radiales e impresos para que opinara sobre los grandes temas. Estaba loca porque quería seguir leyendo y caminando, porque quería seguir siendo una persona común a pesar de mi erudición, mi inteligencia y mi talento para escribir. No creo que esté loca por haber tomado esa decisión, sé de varias personas ilustres que se han consagrado a esa vida, que se han tomado en serio su rol de pensadores, genios o influyentes y creo que no son dignos de envidia, su idea de éxito está enmarcada en las trampas de nuestro tiempo, muchos hacen el papel de idiotas útiles, no saben que los verdaderos triunfadores son los dueños de los medios, los bancos, las empresas de telecomunicaciones y las multinacionales. El intelectual es un consumidor más, un emprendedor, un profesional exitoso, un joven bien preparado. Muchos de ellos cayeron en la trampa y están sumidos en la depresión, el estrés y la frustración.
Cuando empecé a escribir sobre figuras públicas varias personas me llamaron loca, me pudieron que buscara ayuda profesional porque estaba perturbada, temían que escribiera sobre ellos o sobre sus compinches, temían que les dañara su carrera exitosa. La forma de mostrarme su miedo fue llamándome loca. Después aparecieron las amenazas de muerte y la censura en Twitter y por pura prudencia dejé de escribir sobre estrellas de la farándula, escritores colombianos y divas tuiteras. Exponerse a la muerte violenta al estilo colombiano sólo por escribir sobre estas personas no es una locura sino una irresponsabilidad porque me han advertido varias veces que mis enemigos van muy en serio y si me sigo burlando de ellos me mandan matar.
Andrés acaba de llamarme loca, él, la persona que se supone es quien mejor me conoce después de mi familia. Mi familia dejó de pensar en mí como la loca desde hace mucho tiempo porque me conocen desde hace mucho tiempo. Que Andrés me haya llamado loca merece un post aparte.

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