viernes, 24 de julio de 2015

¿Soy un talento desperdiciado o necesito ayuda profesional?

Cuando me lo propongo puedo parecer torpe, lenta y fracasada. Sé representar muy bien ese papel (especialmente si voy muy mal vestida y muy mal peinada).
Me aferro con terquedad obstinada al deseo de realizar sueños y anhelos superiores a mis condiciones y cualidades particulares, sueños inverosímiles.
Soy fría y seca con la gente que no me interesa.
Hay tardes en las que aspiro el aire desde mi ventana, llena de tedio y con la muerte en el alma. Siento deseos de lanzarme y acabar con todo, pero recuerdo que hay alimentos deliciosos en la nevera que no puedo dejar abandonados.
Soy dueña de un corazón testarudo que va demasiado lejos en las fantasías o en el estudio de las cosas que mi razón no puede comprender, soy presa de absurdos pensamientos, amiga del capricho y de lo deshilvanado.
La sabiduría en mí viene del abismo, deriva de la inmersión, nada debe a la voz de la revelación o al deseo de grandeza o de reconocimiento. Ni en los avances intelectuales ni en los materiales. No aspiro a nada, no quiero nada.
Cuando alguien me asfixia con su amor o con su admiración desmedida pienso: tu amor hace que mi corazón desfallezca de tristeza. No es una pose, es real. Déjame en paz, no me tortures más.
A veces tiendo a la desesperación, siento náuseas de tedio que impulsan a desear la muerte, llevo dentro de mí el aburrimiento de vivir. Puedo pensar también: ayer estuve espantosamente triste con una de esas tristezas que tenía en mi juventud y para librarme de las cuales hubiera sido capaz de tirarme por la ventana. Cuando tenía nueve años me lancé desde la terraza y nada pasó, caí parada, nadie se enteró de mi triste plan. No lo volví a intentar porque le temo al ridículo.
Los espectáculos alegres me ponen triste y los espectáculos tristes no me afectan gran cosa. Lloro demasiado por dentro para derramar lágrimas por fuera y es porque sufro por la humanidad entera.
La aflicción, que en otros ablanda el corazón hasta la humildad, sólo consigue que me obstine cada vez más en mis extraños pensamientos; mis lágrimas no caen en el corazón, ablandando mi dureza, sino que me sucede lo que a la piedra: cuando el tiempo está húmedo suda por fuera.
En alguien como yo las ansias de vivir y el desprecio por la vida se mezclan de manera extraña: nací obsesionada con la idea de la muerte (frecuentemente la deseo con fervor desenfrenado) y, sin embargo, mi vida está colmada de planes para el futuro; mientras desprecio de manera consciente la vida, al mismo tiempo, a través de mi comportamiento y mis ilusiones, lucho por preservarla; cuando paso por periodos optimistas sueño con una vejez en la que rememoro el pasado.
Soy reservada, directa y poco dispuesta a expresar cariño a través de efusivas manifestaciones, razón por la cual es imposible saber a quién amo y a quién desprecio. Evoco acontecimientos por las reacciones que éstos suscitaron en mí, los lugares son recordados con nostalgia por las emociones que han producido en mi mente y las personas por el encuentro que experimenté a través de ellos; vivo en función de mí misma y de las experiencias que pueda realizar sin ilusionarme fervorosamente por nada en particular.
El disimulo y el secreto son una necesidad para alguien como yo, a menudo mis relaciones son complejas, veladas, a pesar del afecto que pueda sentir y pienso: soy fría, seca, egoísta, y Dios sabe, sin embargo, lo que en estos momentos siento dentro de mí… He hecho mal, he sido necia. Me he portado contigo igual que en otros tiempos hice con aquellos a quienes más quería: les mostré el fondo de mi saco, y el polvo acre que despedía se les pegó a la garganta… Quisiera mandarte únicamente palabras dulces y tiernas, de esas suaves como un beso que algunos saben decir pero que, en mi caso, se quedan en el fondo del corazón y expiran al llegar a los labios. Si yo pudiera, cada mañana tu despertar se vería perfumado por una olorosa página de amor…
Deseo pasar desapercibida aún en medio de mis “excentricidades”, no quiero llamar la atención de nadie. Y, sin embargo, hay quien me condena debido a que mi comportamiento es interpretado de manera equivocada o exagerada: mi indiferencia se interpreta como arrogancia, mi sequedad como orgullo y mi frialdad como desprecio.
Los mejores afectos con frecuencia me irritan desmesuradamente y pienso de las personas que me interesan: ¿me comprenderás hasta el final, soportarás el peso de mi tedio, mis manías, mis caprichos, mis desánimos y mis coléricas mudanzas?… soy la oscura y paciente pescadora de perlas que bucea en los bajos fondos y vuelve con las manos vacías y la cara azulada. Una atracción fatal me empuja hacia los abismos del pensamiento, me lleva al fondo de esos precipicios interiores que jamás se agotan para los fuertes.

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