viernes, 24 de julio de 2015

El maletín del maestro

El cielo es azul, la tierra blanca no es el título original de la novela de Hiromi Kawakami sino uno de los tantos versos que Harutsana Matsumoto obliga a leer, escribe o lee en voz alta para Tsukiko, es una referencia literaria entre otras y no precisamente la más importante, el título original de la obra es Sensei no kaban, algo como El maletín del maestro. Cuando el maestro muere hereda el maletín a Tsukiko, un maletín vacío que abandonó sólo dos o tres veces a lo largo de la historia.
La historia gira alrededor del profesor de japonés que siempre está muy bien vestido, camina erguido y nunca abandona su maletín. Un hombre mayor que disfruta comiendo, bebiendo y caminando con una mujer joven (cercana a los cuarenta años) que fue su pupila en el instituto. Tsukiko no fue la más destacada de la clase, no recuerda ni siquiera el nombre de su profesor, por eso decide nombrarlo y pensarlo siempre como maestro, incluso cuando recordó cuál era su nombre. Cuando el profesor murió ella lloró mientras su hijo pronunciaba el nombre de su padre porque lo sentía lejano, porque para ella siempre fue el maestro. A lo largo de la novela llora, sonríe o suspira varias veces mientras piensa, pronuncia y grita la palabra maestro.
Un hombre y una mujer se reúnen casi siempre en el mismo sitio a comer, a beber, a ver partidos de béisbol, a observar a otras personas, a conversar sobre temas simples, los dos se sienten muy bien uno al lado del otro, desean encontrarse por casualidad, lo buscan. Cuando lo logran fingen que se trató de un encuentro casual, conversan tensos, se despiden con sequedad y cada uno se va para su casa; mientras caminan saborean la sensación que les deja la presencia del otro y no pasa nada más. En algunas ocasiones beben más de la cuenta, él abre la puerta de su casa y ella duerme cerca de él, no con él, y la sensación es desagradable, contradictoria, triste. Ella se acerca cada día más a ese hombre que no expresa emociones a través de actos ni de palabras porque él se define como un hombre obtuso y seguramente lo es, siente mucho pero expresa poco, casi nada.
Quien escribe y narra es una mujer, nada podemos saber de las sensaciones del hombre, pero las podemos adivinar. Ella lamenta ilusionarse y enamorarse de un hombre que parece tan dueño de sí mismo siempre, tan controlado, tan intelectual. Al final, después de muchas situaciones incómodas, después de avanzar lentamente en las aproximaciones físicas: caricias en el pelo, cogidas del brazo, abrazos tímidos, deciden tener una relación formal tras una incómoda declaración de amor. Empiezan las citas, los paseos, las llamadas, pero la tensión no desaparece nunca. Es amor pero ese amor está mediado por el respeto y la necesidad de parte del hombre de controlar siempre la situación, de estar seguro siempre de sostenerse sobre terreno firme. Ella desea a este hombre porque no está obsesionado con la posesión física o la expresión total del afecto, es amor y deseo contenido, pura sensación y es eso lo que la entusiasma, la imposibilidad de expresarse y de vivir la plenitud del discurso amoroso y el desenfreno del encuentro erótico.
Este tipo de amores están cerca de lo que en la cultura occidental se llama el amor cortés, es un amor imaginario, un deseo que no aspira a materializarse para no terminar condenado al hastío de la carne y la acrobacia de los cuerpos. Un libro hermoso para lectores soñadores y tímidos que disfrutan con este tipo de pasiones que no se satisfacen con la realización de los actos sino con el deseo y los sueños, estos amores son amores de fantasía.

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