viernes, 24 de julio de 2015

El noticiero de las siete

Se supone que a medida que pasa el tiempo nos divertimos más con nosotros mismos porque tenemos abundante material en el cerebro llamado memoria; podemos contrastar, comparar y sonreír ante los aciertos y los errores cometidos en el pasado y anhelamos seguir soñando con un futuro menos inocente porque contamos con ese tesoro prodigioso llamado la experiencia de la vida. Nada de eso es cierto, los recuerdos no sirven para nada porque lo que recordamos sin desearlo casi siempre son imágenes que no podemos comprender y no sabemos por qué se convierten en recuerdos recurrentes que a veces nos hacen sufrir, soñar o sentir estúpidos.
Desde hace más de un año cuando son las siete de la noche recuerdo que veía el noticiero a esa hora con mi papá cuando era niña. Esa experiencia no tenía nada de significativo para él ni para mí, había emociones y recuerdos mucho más fuertes que esperaría fueran los más memorables a su lado, pero no, lo que recuerdo de él y junto a él es el tonto noticiero de las siete. El era joven pero yo era más joven que él; ahora él es un viejo y yo soy una señora de 43 años, un número no apto para pensar en una niña que ve televisión muy concentrada mientras espera la llegada de su héroe.
Ahora no vemos televisión y no hablamos mucho porque él es todavía más serio y pesimista que yo, pero a los dos nos duele que se la haya esfumado la vida y le queden menos años de los que le gustaría esperar. Tal vez lo que se resume con esa imagen mía viendo el noticiero de las siete es el recuerdo de lo mucho que me gustaba ver televisión cuando era niña y de lo emocionante que era verlo llegar a él, más si traía regalo sorpresa de comer para los niños. Mi papá es de esos papás que adoran a los niños, se fastidian con los jóvenes y vuelve a ser cariñoso cuando los niños se convierten en viejos como él. Es un cariño expresado a través de la expresión de su rostro, nada que ver con frases cursis o discursos estúpidos. No somos ese tipo de gente.
Yo pasaba horas ante la pantalla y sentía que aprendía mucho y me divertía más de lo que merecía, me gustaba más ver televisión que estudiar, veía televisión sola y con mucha solemnidad. Como había tanta programación en vivo lo que más esperaba era los errores para poder reírme de los presentadores o de los invitados.
A medida que pasa el tiempo siento más pesar por la televisión de ahora y cuando veo un uniforme de colegio siento ganas de vomitar. Los uniformes, las rejas, los coordinadores, las filas y las notas sólo pueden estimular a una persona muy dócil con déficit cognitivo.

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