Finalmente, después de que el conde había repetido seis veces sus argumentos aceptó. Bressac estaba muy contento. Tomándola de la cintura la levantó por los aires y la hizo girar en sus brazos. Después, poniéndola de nuevo sobre sus pies, la estrechó contra su pecho y le besó tiernamente la mejilla.
-Mi querida Justina- dijo-. Eres la primera mujer a quien beso, y realmente, lo hago de todo corazón. Nunca me había parecido tan atrayente una hembra.
Y Justina, completamente convencida de que tenía más razones que nunca para aborrecerlo, se sintió embriagada por el deseo irresistible de languidecer entre sus brazos…
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