domingo, 26 de julio de 2015

Historia de taxi

Mis hermanos creen que lo mínimo que una persona como yo debe tener es un carro. Estuvieron a punto de convencerme de comprarlo la semana pasada y en el último momento dije que no. No lo necesito, para una persona como yo un carro es más un problema que una solución, ni siquiera tengo paciencia para consentir un perro, un gato, una mata, ¿por qué tendría yo que perder tiempo consintiendo un carro? Un carro es como un niño, dice mi mamá. Y yo le creo.
Me dijeron que una alternativa es contratar un taxista de confianza disponible para cuando lo necesite si le aviso con anticipación. Hay que pensar en la vejez, dicen ellos. Mi hermana conoce a una señora mayor que contrata un taxista por días y él es muy paciente, la acompaña, la espera, es todo un caballero, una verdadera alma de dios.
Hoy tomé un taxi y terminé hablando con el conductor, le pregunté qué tan fácil es encontrar un taxista como el descrito en el párrafo anterior y el taxista se convirtió en un galán, me contó que hace un tiempo una turista española a la que recogió en el aeropuerto y luego llevó al hotel le pagó por acompañarla durante tres días porque ella se aburría mucho y no sabía qué hacer con tanto tiempo libre. Conocieron la ciudad, hicieron el amor -dijo él- y se divirtieron sanamente. No pudieron ir a Melgar por problemas de tiempo pero a él le hubiera encantado. La señora se llevó su número telefónico y dijo que si algún día volviera a Bogotá lo llamaría para que repitieran la historia. La señora nunca llamó.
El taxista narró su historia con nostalgia y hasta con amor. El tenía 35 y la señora 50 0 55. Hablaba de ella con mucho respeto.
Yo le conté una historia también:
Una señora le pidió a un taxista que le subiera una caja hasta el apartamento, después de descargar la caja ella le dijo a quemarropa que le daba $200.000 si tenía sexo con ella ya, en su apartamento. El taxista lo pensó un poco, menos de cinco minutos, dijo que sí, disfrutó con la señora y luego era feliz contándole la historia a sus amigos y pasajeros. La historia me la contó un amigo mío que fue pasajero suyo.
Yo le conté la historia al taxista y empecé a reír como niña; él también sonreía y me contó que le encantaban las pasajeras, los hombres no, dijo que ahora no podía ser tan caballero como antes porque las señoras son muy desconfiadas y con razón porque la ciudad es cada día más insegura. Yo le dije que sí, que le tenía miedo a los taxistas, que nunca me había pasado nada malo pero que había oído historias asombrosas.
Después de las risas el taxista se puso serio y me dijo que le encantaría ser mi chofer, empezó a mirarme de forma extraña pero no me inspiraba miedo sino confianza. Le dije que por ahora no lo necesitaba porque todavía tengo mucha vitalidad, que sólo quería saber si era posible encontrar ese tipo de servicio. Me dijo que le encantaría llevarme a donde yo quisiera y hacer lo que quisiera con él, me dijo que anotara su número telefónico y le diera el mío. Parecía un señor enamorado a primera vista. Me dijo que podía arreglarme cualquier daño en la casa, hacer lo que yo quisiera. Yo no paraba de reír, no lo podía creer. Le dije que anotaría su número telefónico por si algún día lo necesitaba, me dijo que le marcara y le dejara mi número de manera muy respetuosa, en ningún momento dejó de ser un gran señor. Le dije que no, llegamos a nuestro destino, me dio la mano como si fuera una princesa, me dijo que le dijera mi nombre, me dijo que esperaría la llamada. Me bajé del taxi, borré el número y no sabía si reír o llorar.
El señor taxista enamorado a través de mí recordó a su pasajera española y pensó que podría repetir la historia conmigo, pero ahora la pasajera sería menor que él, pero señora, en todo caso. Creo que esa es la explicación.
Cuando llegué a la casa llamé a mi hermana, le conté la historia, reímos como locas, nos asombramos y nos preguntamos si muchas mujeres son amantes de su taxista de confianza; decidimos que es una locura pensar que podré encontrar un taxista como el de la abuela y llegamos a dudar de la castidad de la señora.
Lo más conmovedor de todo es que el taxista parecía un hombre noble, sensible y bueno.

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