domingo, 26 de julio de 2015

Restauración del orden

Nací ordenada, creo que el orden de los objetos es el orden de la mente y de manera instintiva asumo que cada cosa tiene su lugar en el mundo, en el mundo que es una casa. Pero también soy tolerante y sé adaptarme. Viví con Andrés durante tres años y aunque tiene muchas cualidades no es un hombre ordenado, más bien es un hombre muy desordenado. Desde hace cuatro meses volví a vivir sola y poco a poco he ido apropiándome de nuevo del espacio y la experiencia ha sido sorprendente.
La semana pasada le dije a mi hermana que el cerebro se crea una imagen del espacio cuando debe compartirlo con otros seres humanos y sin decirlo cada quien delimita ese espacio compartido, hay barreras invisibles en los espacios compartidos por los seres humanos, todavía no puedo explicarlo bien pero sé de qué se trata. Pensando en mi espacio compartido con una sola persona durante tres años pienso que el origen de la violencia en Colombia está relacionado con el espacio, con el hacinamiento en el que vive la mayoría de la gente, por eso viven siempre con la sensación de que desean escapar, su hogar es un espacio hostil.
1. La cama
Cuando dormía sola pensaba que lo mejor de la vida era dormir sola y cuando compartía la cama con Andrés también lo pensaba, el cerebro se adaptó a las circunstancias espaciales para dormir y entonces comprendí la frase que dice que el humano es un animal de costumbres. En tres años me acostumbré a dormir acompañada pero había dormido sola durante cuarenta y dos años antes y mi cerebro lo sabía, lo recordaba y le gustaba, pero mientras viví con Andrés nunca apareció este recuerdo con nostalgia. El cerebro me hacía trampa porque el cerebro es la principal arma de supervivencia de la máquina de movimiento llamada ser humano. Mi cerebro está programado para asimilar todas las experiencias de forma positiva y por eso siempre siento que estoy pasando por el mejor momento de mi vida. Es una bella ilusión creada por mí misma y gracias a la escritura la hago ver todavía más bella de lo que pueda llegar a ser.
Cuando volví a dormir sola comprendí que durmiendo acompañada me sentía como una animalito acorralado e indefenso que debía aprender a compartir su espacio y aprendí. Nunca tuve dificultades para dormir acompañada, pero a medida que va transcurriendo el tiempo el animalito de costumbres que soy está repitiéndose de nuevo que es mejor dormir sola que acompañada. Sí, soy egoísta, sibarita, independiente y sé adaptarme a las situaciones, soy una buena máquina de supervivencia, un buen robot de carne.
2. La silla
Compré una silla para sentarme a leer, a pensar, a descansar, a tomar la siesta y a ver películas. Le pedí a quien me asesoraba que me diera exactamente eso: una silla para la reina. Esa silla debe tener unos cinco años, es decir, que cuando Andrés se vino a vivir aquí la silla estaba disponible para los dos. Pero poco a poco, sin decirlo, sin saber por qué, él se fue apropiando de la silla porque le fascina ver televisión y mi silla terminó siendo la silla del pc. Por una parte me acostumbré a ver televisión desde la silla del pc (y a estar todo el día conectada a internet, a leer libros y ver películas desde esa misma silla) y por otra parte la silla de la reina se convirtió en la silla del rey. Nunca hablamos de la silla, nos sentíamos bien, muy bien, fueron tres años maravillosos de convivencia, pero me costó más de dos meses recuperar con timidez esa silla. Igual que con la cama me fui acomodando de nuevo en la silla, no volví a ver televisión y ahora leo más en la silla, duermo más en la silla y volví a ver tres películas diarias desde la silla, que es uno de los grandes placeres de mi vida, lo que he hecho durante tantas tardes a lo largo de mi dulce existencia.
3. La cocina
La cocina no tuve que recuperarla, la cocina tuve que abandonarla. Con Andrés me acostumbré a ser tolerante y comía un poco más, mucho más de lo que como cuando vivo sola. Puedo pasar casi un día entero sin comer y no me enfermo, me gusta comer sólo cuando tengo hambre y casi nunca tengo hambre porque como libros y películas. El primer gran placer que gocé de mi rescatada soledad fue el placer de no comer tanto y de no cocinar. No me gusta cocinar, me gusta desayunar y almorzar sola en restaurante, lo he hecho durante mucho tiempo y lo disfruto como cuando un perro come concentrado.
4. La casa
Vivo en esta casa desde hace diez años y creo que las casas tienen vida. sólo he vivido aquí y en la casa paterna, que luego se convirtió en mi casa porque mis adorados padres y mis hermanos menores se fueron a vivir en una casa nueva y por eso empecé a gozar los placeres de la soledad muy joven, desde los 19, desde 1989. Era una casa inmensa, me hubiera encantado vivir allá durante toda la vida, pero no se pudo, mi mamá me presionó para que tuviera mi propia casa y creo que hizo bien, es placentero vivir en la casa fruto del trabajo propio, no en la casa fruto del trabajo ajeno (de los padres).
¿Qué pienso de la soledad y de la convivencia ahora que han pasado cuatro meses?
Pienso que la convivencia mata la pasión, la cita, la sorpresa y en alguna medida el amor. Mi hermana tiene razón, uno termina viendo al novio como al hermano. Y esa no era la idea, ya tengo hermanos, no necesitaba un hermano más.
¿Valdría la pena volver a vivir con alguien?
Probablemente, pero no después de un noviazgo de siete años porque ya no tengo vida para placeres tan sublimes.
¿Volvería a tener un novio trece años menor?
No y mucho menos para una relación de diez años; ahora me siento como una vieja verde.
¿Le da miedo vivir sola?
No, vivir sola es mi proyecto de vida. La convivencia me sirvió para entender que toda la gente miente sobre la felicidad de la vida en pareja, son más felices los solteros que los casados. Ahora pienso que muchas personas casadas o en convivencia tienen amantes para olvidarse de los aburridor que puede ser llegar a la casa a hacer oficio con el ser amado, a pasar un fin de semana sin la emoción del encuentro porque hemos pasado toda la semana juntos y de tanto vernos ya no parecemos enamorados sino acostumbrados.

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