lunes, 27 de julio de 2015

Decir cosas para sorprender a los burgueses

El valor de confiar en la razón exige arriesgarse al aislamiento y la soledad, y este riesgo es para muchos aún más duro de arrostrar que el de la vida. Pero la busca de la verdad inevitablemente expone a quien lo hace a ese riesgo del aislamiento. La verdad y la razón son opuestas al sentido común y a la opinión pública. La mayoría se acoge a racionalizaciones cómodas y a opiniones que no miran más allá de la superficie de las cosas. La función de la razón es penetrar esa superficie y llegar a la esencia oculta detrás de ella, visualizar objetivamente, esto es, sin ser determinado por los deseos y los temores del sujeto, cuáles son las fuerzas que mueven a la materia y a los hombres. En ese intento, necesita uno afrontar el aislamiento, si no el desprecio y la burla, de aquellos a quienes perturba la verdad y odian al perturbador. Freud tuvo esa capacidad en un grado notable. Sentía su aislamiento, sufría por él, pero nunca quiso o ni siquiera se sintió inclinado a la más ligera concesión que hubiera aliviado su aislamiento. Ese valor fue también su mayor orgullo; no se consideraba a sí mismo un genio, pero apreciaba ese valor como la cualidad más sobresaliente de su personalidad. Ese orgullo quizá tuvo a veces una influencia negativa sobre sus formulaciones teóricas. Desconfiaba de toda formulación teórica que pudiera sonar conciliatoria y, como Marx, encontraba cierta satisfacción en decir cosas para sorprender a los burgueses.
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