viernes, 24 de julio de 2015

Formas de tomar la siesta

La mayor parte de mi vida la he pasado descansando y el descanso siempre ha estado acompañado de experiencias placenteras del tipo: comer, dormir, caminar, hablar, mirar por la ventana, ver películas, oír música, montar en bicicleta, nadar, leer y escribir. Dormir es uno de los placeres más aristocráticos. Hoy vamos a hablar de ese placer.
Hay diferentes formas de dormir y de no dormir. Cuando éramos niños no podíamos entender que nuestra mamá dedicara tantas horas a dormir durante el día. No sabíamos si era insomnio y si le gustaba tomar la siesta, sospecho que es parte de lo primero y parte de lo segundo. De verla dormir me antojé y empecé a tomar la siesta siendo apenas una niña, quería saborear la experiencia y valió la pena.
Mientras viví en familia -hasta los 19 años- mi mamá me despertaba a las seis de la mañana con un taza de café. Saludaba, la recibía, me la tomaba y seguía durmiendo. Dormir después de tomarse un café es una de las experiencias más placenteras de la vida.
Durante mucho tiempo, estando sola conmigo misma, pasaba el día entero en bata y me gustaba intercalar sueño con lectura y con café: me levantaba, tomaba café, me acostaba, dormía, me volvía a levantar, me tomaba otro café, leía, me acostaba de nuevo, volvía a dormir, me volvía a levantar, volvía a leer, me volvía a acostar… Era un juego muy divertido porque el café interfería en el sueño y la lectura también. En esa época no había internet, sólo había libros, café y cobijas. Eran otros tiempos, ahora no se pueden hacer experimentos.
Tomar la siesta en un bus es algo que he hecho desde la infancia, lo hago por gusto, cuando no quiero oír conversaciones ajenas. En algunas ocasiones escojo la ruta más larga para llegar al mismo lugar sólo porque quiero tomar una buena siesta ambulante, no me gustan los taxis porque en un taxi no puedo dormir. Se duerme bien en busetas y en colectivos, en el Transmilenio y en el SITP no se puede tomar una buena siesta porque las sillas no son cómodas.
Hubo un tiempo en el que gozaba leyendo de noche y durmiendo de día, no es la experiencia más hermosa que recuerdo pero valió la pena. En ese tiempo supe lo que era el insomnio y descubrí el placer de leer para escribir. En esa época ya había computadores con Word, pero no había internet en el hogar. Sólo yo puedo saber cómo gozaba escribiendo de día o de noche y enviando luego esos escritos tan eruditos a revistas nacionales e internacionales. Cuando peor dormía era cuando más leía y mejor escribía, eso fue hace más o menos quince años.
Hubo otro tiempo en el que me sentía como una reina levantándome a las tres de la mañana a leer, gozaba viendo amanecer, leía hasta que me vencía el sueño y repetía las sesiones de libros, café y cobijas durante todo el día.
Dormir en un carro recorriendo el país también es maravilloso, he hecho eso dos veces con mi cuñado, mi hermana y mis sobrinos. Dentro de un carro, en carretera, se abusa del sueño pero es una bonita experiencia.
La siesta de la tarde después de un café es una de mis favoritas: almorzar, tomar cafecito y acostarse a dormir.
Hay un asunto que me tiene preocupada: hay días en los que por estar pensado en internet olvido tomar la siesta, olvido que dormir es más placentero que navegar. Es maravilloso burlarse de la gente pero dormir es mejor que cualquier otra experiencia.
Tengo un propósito para lo que queda del año y de la vida: darle más importancia a mis recreos con el sueño que con la escritura en tiempo real.

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