viernes, 24 de julio de 2015

Mi sueño

Ernesto Sabato dice que de los sueños se puede decir cualquier cosa menos que son mentira y Rodolfo Linás dice que los sueños son el recreo del cerebro; Ernesto Sabato fue un hombre atormentado con los sueños a lo largo de su vida y Rodolfo Llinás es un hombre pleno que parece no haber sufrido nunca con sueños perturbadores. A los dos los respeto y los admiro pero decidí creerle a Rodolfo Linás: programé mi cerebro para que no volviera a atormentarme, llevaba más de cinco años durmiendo en paz, pero anoche viví una experiencia asombrosa y aterradora, parecida a las de mi infancia de noches interminables. Cada noche era una condena, sabía que iba a sufrir de nuevo con sueños imposibles de comprender porque mi mente no daba para tanto.
Me sentía desdichada pero también me asombraba con todo lo que podía ver mientras dormía. No eran sueños de niña, eran sueños de artista. En esa época, antes de cumplir diez años, sabía que había vivido antes, que había llegado al mundo equivocado, que sería complicado volver a encontrar el camino. A veces me sentía con el cerebro de un señor de otro país, siempre pensaba en Alemania (por eso leía filosofía alemana desde los siete años, sospechaba que podría encontrarme ahí y a veces me encontraba y me acariciaba la barbilla como si hubiera tenido barba la mayor parte de mi vida). Ahora, después de haber leído el libro sobre las hadas y dichosa en este cuerpo de mujer, prefiero pensarme perdida, confundida y triste al lado de un conejito:
ensayista
Voy a tratar de narrar mi experiencia de la noche antes de este día:
Para comenzar debo decir que cambié mi avatar en Twitter: ahora soy María de Jesús de Ágreda:
ensayista
Estoy leyendo De lágrimas y de Santos, de Cioran, y esa lectura me llevó a pensar en la monja española y sus experiencias de bilocación. Ayer estuve pensando también en Pascal, en el libro sobre la gente menuda, los santos, los gigantes y los extraterrestres. Después del sueño pensé: desde la perspectiva de Rodolfo Llinás mi cerebro sólo recreó los pensamientos del día, pero desde la perspectiva de Ernesto Sabato pude haber invocado a la monja, que en realidad es un ser de otra dimensión: no es humana pero tampoco es una extraterrestre de nave espacial que alberga al doble de la persona abducida. El humano se siente atormentado cuando ve a su doble sentado en una silla dentro de la nave y se dice a sí mismo temblando de miedo: hay alguien más -idéntico a mí- viviendo mi vida en otra dimensión.
Cuando me desperté pensé en varias posibilidades relacionadas con el funcionamiento del cerebro, en las perspectivas que ofrece el autor del libro sobre los universos paralelos y pensé también en el testigo que ve dormir a un ser humano, tiene el poder de manipular sus sueños y llevarlo de paseo por su mundo si el soñador está dispuesto a viajar con él, o con ella.
ensayista
Sin más preámbulos paso a relatar mi vida antes del sueño, durante el sueño y después del sueño:
Antes del sueño: Había dormido tres horas durante el día y me costaba un poco conciliar el sueño ahora, eran las doce de la noche. Empecé a pensar cómo se construyen los recuerdos en el cerebro, me dormí recordando que cada recuerdo distorsiona de nuevo la distorsión llamada realidad, es decir, que todo es mentira.
El sueño: Estaba con una amiga que me admira como pocas y me abraza con emoción cada vez que nos encontramos porque le gusta mi estilo y la forma en que confundo a los lectores, siempre dice: “Te conozco, sé cómo eres, los demás no saben nada, es gracioso oír todo lo que dicen de ti delante de mí y yo siempre me quedo callada, no les cuento que te conozco…”. Era ella, su rostro aparecía nítido en el sueño, casi más nítido que cuando nos vemos cara a cara. Su felicidad ante mi presencia era igual en el sueño y en la realidad.
Estábamos frente a una cama resplandeciente de blancura y sobre la cama una niña que era hija suya, yo adoraba a esa niña. Intenté alzarla pero sentía que perdía la fuerza del brazo y me desplazaba hacia atrás, pero de una forma muy artificial. Estábamos plenas de felicidad cuando entró un ser que parecía su esposo pero su rostro tenía rasgos de dinosaurio, lo besé en la mejilla para despedirme y sentí su mandíbula larga y no completamente fría, como si besara una piel de madera suave, no era piel, era madera. Con ese beso me transporté a otro mundo. Salí, él estaba afuera conmigo y me invitó a viajar a ese otro mundo que no tenía nada que ver con la realidad que vivía al lado de mi amiga, de su cama y de su hija.
Lo que viví dentro de esa parte del sueño no lo puedo recordar bien pero mientras soñaba estaba segura de que había vivido esa experiencia en mis sueños de infancia, era un sueño repetido y perturbador de cuando era niña, una niña muy pequeña, casi una bebé. Pero ahora entendía más y mejor.
Mientras soñaba seguramente pensaba en todos los libros que he leído sobre el cerebro y el sueño y eso hacía la experiencia todavía más aterradora, no era la niña de ocho o diez años que se confundía mucho soñando esos sueños tan sofisticados, era la señora de cuarenta y tres cultísima y controlada la que estaba inmersa en ese mundo y eso me asustaba más.
De un mundo pasamos otro, era el futuro, muchas pantallas, anuncios que no recuerdo, todo azul y, a la salida de ese mundo, humanos como yo a los que les daban un líquido azul de una manguera, nadie oponía resistencia. Yo hacía preguntas y me negaba a ese mundo, bebí muy poco de la bebida azul y salí, como si me resistiera a continuar ahí. Afuera, de nuevo saliendo de otra puerta clarísima, como cuando salí del encuentro con mi amiga. Mientras caminaba un hombre en un carruaje me llamaba, me pedía me que subiera, me llamaba con un epíteto que no recuerdo y es una verdadera lástima porque en el sueño me sentía identificada con esa palabra, con ese nombre. Me subí a la carreta, iban más personas pero yo era la reina, la mayor parte del espacio era para mí y mi ropa era negra, el carruaje parecía volar y yo me elevaba dentro del carruaje y la ropa negra se convertía en capa. Mientras disfrutaba del viaje resultó que podía ver desde arriba y veía mi casa de la infancia, invocaba a mi mamá desde arriba y ella miró y me vio, quería volar desde el carruaje hasta la casa pero se elevaba más hacia arriba, aparecieron al lado de mi mamá, con la misma nitidez con la que veía a mi amiga al lado de la cama resplandeciente de blancura, mi papá y mis dos hermanos menores, pero los cuatro eran jóvenes, como se veían hace más o menos veinte años. Me miraban y lloraban como si me elevara hacia el cielo, como si estuviera muerta.
Después del sueño: me desperté muy confundida, estaba acostaba boca arriba en una posición muy relajada. Me toqué la cara para comprobar que era piel y no madera, recordé que vivía con Andrés y lo toqué, prendí la luz para mirarlo dormir, fui al baño, me miré en el espejo, tomé agua y me volví a acostar. Dormí muy bien el resto de la noche y no volví a soñar.

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