jueves, 23 de julio de 2015

No hay contexto para ser serio y riguroso

A medida que transcurre el tiempo tengo más asesores de imagen, personas emocionadas ante mi presencia que imploran un poco de seriedad, más erudición, menos frases agresivas y -en la medida de mis posibilidades- la supresión de palabras tipo imbécil o idiota promedio para referirme a mi prójimo porque no vale la pena, no sirve para nada y además: ¿qué necesidad tengo de insultar?, ¿quién me confiere el derecho a decir qué es bueno y qué es malo, quién es tonto y quién no lo es?
Me piden a gritos que escriba lo que quiere leer mi público: lectores que confían en mí porque soy grande, inteligente, erudita y tengo mucho que decir de maneras distintas. Yo hago lo posible, soy una mansa paloma, pero escribir es otra cosa y además vivo con la sensación de que hace más de diez años dije lo que tenía que decir con la rigurosidad intelectual que me caracterizaba, cuando todavía creía que valía la pena tomarse en serio el papel de escritora de ensayos, cuando jugaba a ser crítica literaria.
No vale la pena volver a decir lo mismo de cien formas distintas. Sin contar con que vivimos otros tiempos. A quién le interesa ser un gran intelectual en tiempos de velocidad extrema, internet móvil, diseño computarizado de sonrisa, asteroides rondando la Tierra, renuncia de papas, mujeres con apariencia de muñecas inflables que caminan por la calle y miran con desprecio a las mujeres asquerosamente naturales, niños de siete años que sueñan con ser estrella de televisión por el simple placer de ser asediados en la calle por sus fans, niñas de seis años y ancianas de setenta en actitud de señorita que sale al centro comercial a buscar el amor con prendas más ceñidas de lo esperado.
Y con Twitter para enterarnos de lo que ocurre en el mundo en tiempo real con amplios despliegues de humor negro e ironía mientras se narra el último terremoto o la última masacre. Twitter para gozar el placer morboso que nos inspiran las latas retorcidas del último avión que cayó o la imagen de la muerte trágica de la figura pública en decadencia. Pensamos que nosotros no somos tan tontos como las tontas figuras públicas y creamos muchos tuits sobre la tontería que no nos permite respirar, que nos asfixia de tanta risa como nos produce pensar en la tontería propia y en la tontería ajena. Como en el amor, con Twitter, hemos aprendido a ser tontos juntos a costa de tanta tontería deliberada.
No hay contexto para ser serio y riguroso y tampoco hay literatura digna de mis modelos de análisis. Me eduqué con Séneca, Pascal y Bourdieu. Lo siento, es demasiado tarde para mí.

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