viernes, 24 de julio de 2015

Escritura como curación

Esta mañana traté de recordar los grandes pesares de mi vida y no recordé ninguno, soy un ser sin sufrimiento, mi vida ha sido imperturbable, no hay nada que lamentar, ningún recuerdo digno de ser esquivado por la mente por miedo a sufrir rememorando el instante perfecto o monstruoso.
Recordé mi vida de año en año desde que tengo cinco años y no encontré grandes cambios; recordé mi vida desde los cinco años de cinco en cinco y hay algunos cambios pero todo lo veo de forma muy positiva: leer, estudiar, trabajar, escribir, esta casa, vivir con Andrés. No recuerdo con dolor ni con alegría los pocos paseos de mi vida, las muertes ni las preocupaciones. Y no es porque no haya vivido experiencias negativas sino porque antes de vivir leí a Séneca, a Plotino y a Plutarco y creí cada una de las frases sabias que escribieron estos genios, claro, con la inocencia de una niña de siete años. Hoy saqué de la biblioteca esos libros que me modificaron el cerebro; los quiero volver a leer sólo para saber si recuerdo las frases fundamentales.
Aprendí a vivir antes de haber vivido y eso hace de cualquier vida una vida plena. Pero pensé de forma persistente que tal vez es más efectiva la escritura que la lectura, no quedarse con las ganas de expresar a través de las palabras, de forma oculta o explícita, el origen del dolor o la alegría, los recuerdos bellos o desagradables, las experiencias buenas o malas.
Cuando una experiencia pide ser contada a través de la escritura es preciso no quedarse con las ganas, es un atentado contra uno mismo. Estoy casi segura de que no puedo sentir placer ni insatisfacción recordando la mayor parte de las experiencias vividas durante los últimos veinte años porque más o menos desde hace veinte años cuando tengo uno inquietud relacionada con la vida leo, pienso y después escribo, entonces vivo como si no tuviera vida y me siento bien, no sufro ni gozo, estoy más allá del bien y del mal.

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